viernes, 26 de agosto de 2011

Informativo Latinoamericano Púlsar 25/08/2011

Finalizó el Paro Nacional en Chile con marchas en todo el país. UNASUR elabora plan de acción para enfrentar crisis económica internacional. Gobierno peruano anuncia cobro de impuesto a ganancias mineras. 



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ULTIMO MOMENTO: Represión en Chile deja un muerto y más de mil detenidos


Un joven de 14 años falleció este jueves a causa de un disparo efectuado por un grupo de policías. Fue en el marco del segundo día de Paro Nacional en Chile. Se trata de Manuel Gutiérrez Reinoso. Hubo más de mil detenidos y cientos de heridos.






Represión en Chile. Fuente: (El Argentino)
Represión en Chile. (El Argentino)



El joven murió en un hospital de la comuna de Macul, centro-oriente de Santiago de Chile. Allí fue trasladado luego de recibir un impacto de bala en el pecho.


Según voceros de los familiares de la víctima, el disparo fue realizado por efectivos policiales ubicados a unos 300 metros del lugar donde se encontraba Gutiérrez participando de la jornada de protesta.

Por su parte, el abogado de la Defensoría Popular, Washington Lizana, advirtió que no descarta acciones judiciales contra de los responsables del asesinato del joven.


Además de la muerte de Manuel Gutiérrez, otro joven de 18 años fue herido de gravedad. Se trata de Mario Parraguez Pinto, quien recibió un disparo en un ojo mientras participaba de una barricada.


El viceministro del Interior, Rodrigo Ubilla, informó que el segundo día de Paro Nacional dejó un saldo de mil 394 detenidos y unos 200 lesionados entre civiles y uniformados.


La medida de protesta convocada por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) fue acompañada por distintos sectores con reclamos al Gobierno de Sebastián Piñera. Fueron 48 horas por demandas laborales y por una nueva Constitución. (PÚLSAR)






Audios disponibles:
Rodrigo Ubilla, viceministro del Interior. (Chile no está celebrando nada importante)
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Un proyecto para sacar los símbolos religiosos de los edificios públicos porteños


Es una iniciativa de los legisladores María José Lubertino (Encuentro Popular para la Victoria) y Rafael Gentili (Proyecto Sur).

Gentili explica los objetivos del proyecto.

Además, señala los temas centrales para la segunda mitad del año en la Legislatura  y reconoce que las elecciones llevaron a la inactividad de los diputados.


INFORME ESPECIAL: ¿Que pasa en Libia?


Modesto Guerrero, analista político y periodista, explica qué significa “la caída de Khadafi”, quiénes son realmente “los rebeldes”, y cuál es el rol de la OTAN en este conflicto.


También define cuál es “el pueblo” que lucha en las calles contra Khadafi.


La “conspiración” de la OTAN contra la revolución libia

Las cuestiones cruciales son: ¿por qué lleva a cabo la OTAN en Libia una campaña aérea de perfil bajo no sólo en comparación con el componente aéreo de la guerra por apoderarse de un Irak más o menos igual de rico en petróleo, sino también con la que lanzó sobre un Kosovo que económicamente no tiene ningún interés? Y ¿por qué la Alianza se abstiene al mismo tiempo de suministrar a los insurgentes el armamento que han reclamado con insistencia y con firmeza? A primera vista aparecen dos extrañas paradojas en este asunto. Por Gilbert Achcar.







En un editorial publicado en el Wall Street Journal (19/07/2011), Max Boot -autor e historiador militar neoconservador, conocido por su apoyo al “fomento de la democracia” a punta de pistola y ardiente defensor de la plena implicación militar de EE UU en Libia- se refirió a un artículo aparecido en elFinancial Times (15/06/2011) que comparaba la actual campaña de bombardeos aéreos sobre Libia con la guerra aérea sobre Kosovo en 1999 para subrayar “la falta de potencia de fuego en la operación libia”. Boot comenta, abundando en la misma comparación con detalles adicionales:
“La guerra anterior apenas llegó a ‘Apocalypse Now’: estaba estrictamente delimitada por derecho propio. Sin embargo, al cabo de 78 días en Kosovo, los aliados de la OTAN habían aportado 1.100 aviones y realizado 38.004 misiones. Por el contrario, en Libia la OTAN sólo ha enviado 250 aviones y efectuado 11.107 incursiones. No es extraño, entonces, que al cabo de 78 días Slobodan Milosevic decidiera entregar Kosovo, mientras que después de 124 días, por ahora, Gadafi sigue aferrado al poder.”

Las paradojas libias de la OTAN

En la operación “Tormenta del Desierto”, lanzada por la coalición encabezada por EE UU contra Irak en 1991, no se necesitaron más que once días para igualar el número antes indicado de incursiones aéreas realizadas en Libia en 78 días. El número total de misiones alcanzó en 43 días de “Tormenta del Desierto” un promedio de 2.555 diarias. Tras la devastación provocada por esa “tormenta” y las ulteriores campañas de bombardeos a lo largo de los doce años de embargo entre 1991 y 2003, durante las primeras cuatro semanas de la llamada operación “Libertad iraquí” se efectuaron 41.850 misiones, de las que 15.825 fueron incursiones de ataque, con un promedio de 565 diarias. Andrew Gilligan ha podido escribir por tanto en The Spectator (4/06/2011) sobre el caso libio:
“Pese a todas las invocaciones rituales de unos supuestos ataques ‘intensificados’ y de los ‘bombardeos más fuertes hasta la fecha’, los bombardeos son y han sido siempre relativamente débiles. A lo largo de toda la operación, el número de misiones de ataque de la OTAN -de las que sólo una parte dan lugar a un ataque aéreo efectivo- no asciende en promedio más que a 57 por día, menos de la mitad que en la operación muy similar de la Alianza en Kosovo, y una mera fracción de lo que hicieron EE UU y el Reino Unido en Irak.”

Añadamos a esto que hace falta ejercer mucha más presión para forzar a un dictador a abandonar el poder que a renunciar a una parte de su territorio. Desde que las posibilidades de Gadafi de recuperar el control sobre Bengasi son casi nulas, de hecho podría renunciar de buena gana a la ciudad rebelde y con ella a toda la región al este de Aydabiya en un intento de salvar el trono del “rey de reyes de África”, por el que ha estado comprando lealtades generosamente desde 2008. Esto explica por qué empeñó tantos efectivos militares y tanta violencia en el intento de conquistar Misrata, la ciudad clave en manos de los rebeldes en el oeste de Libia que le impidió partir en la práctica el país en dos. Y esto explica también por qué los insurgentes han insistido obstinadamente en conservar Misrata a pesar de los violentísimos ataques que tuvieron que soportar y de que tenían la posibilidad de ser evacuados por mar junto con los demás habitantes de la ciudad, al igual que los miles de inmigrantes y heridos que pudieron salir de la ciudad por esa vía.

Las tempranas acusaciones propagandísticas de que los insurgentes estaban llevando a cabo un plan de segregación del país han quedado claramente desmentidas por su incansable combate por la liberación de la totalidad del territorio libio de las garras de la dictadura de Gadafi. Y lo hacen a pesar del elevado coste que han de pagar debido a la gran desproporción existente entre sus fuerzas terrestres y las del régimen, con sus vehículos blindados, piezas de artillería, misiles y soldados instruidos, un desequilibrio que la intervención de la OTAN sólo compensa en parte. Corresponsales militares presentes en varios frentes del territorio libio destacan tanto la escasez de armamento e instrucción como el carácter no profesional y caótico de las fuerzas insurgentes y la increíble entrega de un gran número de civiles convertidos en combatientes por la liberación de su país. Esta entrega explica la firme determinación de los rebeldes de seguir luchando a pesar de estas graves carencias, enfrentándose a las fuerzas bien equipadas e instruidas y generosamente pagadas por el régimen de Gadafi.

Las cuestiones cruciales son, por tanto: ¿por qué lleva a cabo la OTAN en Libia una campaña aérea de perfil bajo no sólo en comparación con el componente aéreo de la guerra por apoderarse de un Irak más o menos igual de rico en petróleo, sino también con la que lanzó sobre un Kosovo que económicamente no tiene ningún interés? Y ¿por qué la Alianza se abstiene al mismo tiempo de suministrar a los insurgentes el armamento que han reclamado con insistencia y con firmeza? A primera vista aparecen dos extrañas paradojas en este asunto.

La primera paradoja es que, tanto en Irak como en Afganistán, las fuerzas encabezadas por EE UU insistían en la “nacionalización” del conflicto (en la línea de la “vietnamización” que precedió a la retirada estadounidense en 1973). En Libia, donde las fuerzas locales imploran a la OTAN que les entregue las armas que precisan y aseguran que con suficiente armamento podrían acabar de liberar su país muy pronto, la OTAN se niega a armarles. La limitada entrega de armas por parte de Francia en el frente occidental no altera sustancialmente la situación. Esto sucede a pesar de que, contrariamente a los afganos, los insurgentes están dispuestos y potencialmente en condiciones de pagar por las armas que reciban. Como todo el mundo sabe, los mercaderes de muerte occidentales no tienen por costumbre hacer caso omiso de tan enjundiosas oportunidades de negocio. Todos ellos compitieron con tanto celo por vender armas a Gadafi en los últimos años que consiguieron cerrar contratos con él por valor de casi mil millones de dólares entre finales de 2004, cuando sus gobiernos levantaron el embargo sobre Libia, y finales de 2009. Entre esas armas se incluyeron bombas de racimo, vendidas por una empresa española, que Gadafi no dudó en emplear contra su propio pueblo.

El corolario lógico de la negativa de la OTAN a armar a los insurgentes habría sido el lanzamiento de una campaña de ataques aéreos muy intensa a fin de compensar la debilidad sobre el terreno de quienes dice apoyar. Sin embargo, y ésta es la segunda paradoja, la campaña aérea de la OTAN en Libia no es nada en comparación con la de Kosovo, por no hablar de otras operaciones aéreas dirigidas por EE UU en tiempos recientes. Este hecho molesta mucho a la insurgencia libia, como han informado corresponsales occidentales desde los primeros días de la intervención aérea de la OTAN. Así, C.J. Chivers señaló el 24 de julio en el blog “At War” del New York Times, que la frustración de los rebeldes era cada vez mayor: “Una de las cosas que se perciben una y otra vez al informar de los combatientes de la oposición en Libia es la diferenciación entre lo que dicen los luchadores de a pie sobre la campaña de bombardeos de la OTAN y las declaraciones de los portavoces del Consejo Nacional de Transición [CNT], la autoridad rebelde de facto. Oficialmente, la dirección insurgente agradece efusivamente la labor de los pilotos que vuelan por allí arriba. Las figuras políticas del CNT se explayan en declaraciones edulcoradas de pleno apoyo y gratitud por el trabajo de la OTAN, a cuyos dirigentes se cuidan mucho de no contrariar.” “Quienes están más cerca de la primera línea de combate o viven en zonas más expuestas, sin embargo, tienen una opinión más matizada. Ellos también agradecen la intervención temprana de la OTAN en la guerra, cuando impidieron mediante incursiones aéreas que las fuerzas del coronel Muamar el Gadafi arrollaran a los rebeldes y aplastaran el levantamiento en Bengasi. Pero también expresan un profundo y a veces agónico desencanto por el ritmo y la selección de objetivos del apoyo aéreo y hablan a menudo de lo que consideran medias tintas e incompetencia de la OTAN.”

¿Podría ser que la OTAN, que ninguneó alegremente al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU) al lanzar su guerra aérea contra el régimen serbio de Milosevic en 1999, se ha convertido de pronto en fiel defensora del Derecho en los asuntos internacionales? Difícilmente. ¿Sucede entonces que la OTAN se siente obligada a ajustarse a la letra de la Resolución n.º 1973 del CSNU que autorizó la campaña aérea sobre Libia? Habría que estar loco para creerlo. La campaña de la OTAN ha violado tanto el espíritu como la letra de dicha Resolución, yendo bastante más allá de “todas las medidas necesarias... para proteger a los civiles y las áreas pobladas bajo amenaza de ataques.”Una gran proporción de incursiones aéreas se llevaron a cabo sobre Trípoli y otros territorios controlados por el régimen, agravando de este modo el riesgo y el alcance de los “daños colaterales” que la OTAN inflige a los civiles que dice proteger. Está claro que la “estricta aplicación del embargo de armas”que estipula la resolución del CSNU no es lo que impide a las potencias de la OTAN armar a los rebeldes. Si esas potencias se hubieran propuesto suministrar cantidades significativas de armamento a los insurgentes, ni los vetos de Moscú y Pekín habrían impedido a EE UU y sus aliados hacer lo que quisieran, como ya hicieron en los Balcanes en 1999 y de nuevo en Irak en 2003. Del mismo modo, si la OTAN no interviene sobre el terreno, no se debe al cumplimiento de la exclusión que hace la resolución del CSNU de toda“fuerza de ocupación extranjera de cualquier tipo en cualquier parte del territorio libio.” Se debe principalmente a que los propios rebeldes rechazaron de forma muy clara cualquier intervención terrestre. Un cartel en la Plaza Tahrir de Bengasi, cuya foto se puede ver en el blog de la periodista palestina Dima Jatib, declara taxativamente: “No a la intervención extranjera en nuestro suelo. Sí al armamento de los rebeldes.”

Mutua desconfianza

La desconfianza, sin duda, es mutua. La actitud práctica de las potencias occidentales hacia los rebeldes libios contrasta visiblemente con su actitud ante el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) antes y durante la guerra de 1999, o su actitud hacia la Alianza del Norte antes y durante los bombardeos sobre Afganistán que comenzaron en octubre de 2001. Obsérvese la permanente insistencia islamófoba por parte de los medios de comunicación occidentales en el papel de los “islamistas” en la revuelta Libia como pretexto para no suministrarles armas y compárese esta actitud con su complacencia ante la presencia de grupos similares entre las fuerzas kosovares, por no abundar en el hecho de que la Alianza del Norte afgana (cuyo nombre real es Frente Islámico Unido para la Salvación de Afganistán) está compuesta mayoritariamente por grupos que mantienen rasgos fundamentalistas, que son un poco menos extremistas que los de los propios talibán. Los medios occidentales denuncian hipócritamente a los fundamentalistas islámicos cuando son antioccidentales y se mantienen muy circunspectos ante el Estado más fundamentalista que hay en la Tierra y principal patrocinador a escala mundial de los sectores más reaccionarios del fundamentalismo islámico, a saber, el reino de Arabia Saudí.

Los medios occidentales nunca se preocuparon por la heterogeneidad de las fuerzas afganas agrupadas en la Alianza del Norte, a la que entregaron el poder en Afganistán. Eso a pesar de que en 1992 -después de derrotar al régimen de Nayibulá, aupado por Moscú hasta que la Unión Soviética se retiró del país al final del año anterior- los mismos componentes de la Alianza del Norte habían convertido el país en un caótico campo de batalla mediante una auténtica guerra hobbesiana de “todos contra todos”. El “Estado islámico de Afganistán” resultó ser tal desastre que los talibán vencieron en 1996 con relativa facilidad. Por supuesto, nada de esto retuvo a Washington cuando decidió derribar a los talibán mediante la acción conjunta de las tropas de la Alianza del Norte y su propia fuerza aérea, con un promedio de 85 misiones de ataque al día durante 76 días desde el comienzo de las operaciones en octubre hasta el 23 de diciembre de 2001 (es decir, un 50 % más que el promedio de misiones realizadas en Libia).

El carácter paradójico de la intervención occidental en Libia ha sido destacado por varios observadores, que a su juicio la explican por el deseo de asegurarse el control sobre la Libia de después de Gadafi. Muchos simpatizantes de la insurrección libia -algunos de los cuales, entre los que me cuento yo, han manifestado su comprensión por el hecho de que Bengasi pidiera “al diablo” que le ayudara a parar una masacre anunciada- advirtieron a los rebeldes desde el primer día de que no presentaran en aquella ocasión a ese “diablo” como un “ángel” y no alimentaran ilusiones respecto a los motivos reales de las potencias occidentales. Estas sospechas tempranas se vieron confirmadas poco después por la evolución de la situación en Libia, hasta el punto de que actualmente cunde la convicción, en círculos árabes antioccidentales, de que la OTAN está prolongando deliberadamente la guerra y con ella la existencia del régimen de Gadafi. Esta idea fue expresada claramente por Munir Shafiq, antiguo dirigente de una corriente maoísta de Al Fatah en la época de Yasir Arafat y coordinador general del Congreso Islámico-Nacionalista (agrupación de varios partidos y personalidades, incluidas la Hermandad Musulmana, Hamás e Hisbolá), en una columna publicada en Aljazeera.net (4 de julio, en árabe):
“Nadie puede entender por qué los aviones de la OTAN se centran en bombardear posiciones en Trípoli que prácticamente son señuelos, mientras permiten que Misrata y otras ciudades sean bombardeadas desde baterías de misiles, piezas de artillería y vehículos militares. Incluso permiten que columnas de las fuerzas de Gadafi se desplacen a la vista de todos sin atacarlas. ¿Dónde queda la protección de civiles y dónde la ayuda al pueblo a derribar a Gadafi?” “La postura de EE UU y la OTAN es una conspiración flagrante contra la revolución popular en Libia y un intento de mantener a las fuerzas de Gadafi en actividad hasta que consigan controlar al CNT y tal vez también a algunos líderes sobre el terreno. Solo entonces derribarán a Gadafi, mientras conspiran contra el pueblo, la revolución y el futuro de Libia.”

Esta firme sospecha refleja un sentimiento expresado en las mismas filas rebeldes libias, como ilustra la declaración de uno de sus líderes locales al diario beirutí Al-Ajbar (2 de junio): “Según Abu Bakr al Faryani, portavoz del consejo local del municipio de Sirte, que se adhiere al CNT opositor, la propia OTAN avanza lentamente en sus operaciones militares contra las brigadas de Gadafi a fin de mantenerle durante más tiempo en el poder e incrementar de este modo el precio que podrán obligar a la oposición a pagar a las potencias mundiales y las grandes empresas que están detrás.”

Los planes de la OTAN para Libia

No se trata de figuraciones fantasmagóricas, de cierta propensión en Oriente Próximo a la teoría de la conspiración. Esas manifestaciones se corresponden con la situación real sobre el terreno, como el cambio de localización de los ataques de la OTAN en Libia que analizó Tom Dale en la edición digital de The Guardian (4 de julio). Y sobre todo se corresponden con una “conspiración” demasiado real de las potencias de la OTAN con respecto al futuro de Libia. El plan fue revelado por Andrew Mitchell, secretario de Desarrollo Internacional del Reino Unido el pasado 28 de junio: un “documento de estabilización” de 50 páginas elaborado por un “equipo de respuesta de estabilización” internacional dirigido por el Reino Unido (y que incluye a Turquía) dibuja un escenario post-Gadafi desde el supuesto de que el “rey de reyes” dimitirá o será derribado. Esto se debe a que a pesar de los repetidos intentos occidentales de convencer al CNT de que pacte con el propio Gadafi, como se ha filtrado regularmente a la prensa en los últimos meses, el CNT ha dejado claro que el derrocamiento de Gadafi y sus hijos es innegociable para la rebelión libia. Incluso la perspectiva de ofrecer a Gadafi un retiro confortable en Libia, planteada tímida y tentativamente por el CNT bajo presión occidental, se abandonó de inmediato debido al revuelo que causó en las filas rebeldes.

Un protagonista clave de los intentos occidentales de pactar con el círculo íntimo de Gadafi es su hijo, Saif al Islam, el hombre que se compró un título de doctorado (sobre sociedad civil y democratización) de la London School of Economics y se hizo visitar y aconsejar por Richard Perle, Anthony Giddens, Francis Fukuyama, Bernard Lewis, Benjamin Barber y Joseph Nye, entre otros, a fin de “mejorar la imagen de Libia y de Muamar el Gadafi”. Saif explicó al diario argelino Al Jabar (11 de julio, en árabe) que el gobierno francés, a pesar de su posición oficial sobre Libia, estaba negociando con Trípoli:
“Ahora estamos negociando con París, tenemos contactos con Francia. Los franceses nos han dicho que el CNT les obedece; incluso nos han dicho que si llegaban a un acuerdo con nosotros en Trípoli, impondrían un alto el fuego al Consejo. [...] Digo que si Francia quiere vender aviones ‘Rafale’, si quiere cerrar contratos en relación con el petróleo, si quiere que vuelvan sus empresas, ha de hablar con el gobierno libio legítimo y con el pueblo libio a través de canales pacíficos y oficiales.”

El “rey de reyes”, por su parte, no se muestra dispuesto a ceder. El 23 de julio reiteró su dura crítica a los pueblos tunecino y egipcio por haber derrocado a sus dictadores. En cualquier caso, el plan de la OTAN preconizado por el Reino Unido se basa en la hipótesis de un “alto el fuego entre el régimen y los rebeldes”, lo que implica que los aparatos y barones del régimen se mantendrán en su lugar. El principal interés que trasluce dicho plan de la OTAN es el deseo de evitar una repetición de la catastrófica gestión llevada a cabo por EE UU de la situación en Irak después de la invasión. Allí, el gobierno de Bush tuvo que elegir entre cooptar el grueso del apartado de Estado baasista o desmantelarlo por completo. Se inclinó por esta última opción, defendida por Ahmed Chalabi y los “neocon” con su descabellado plan de establecer en Irak un Estado minimalista dependiente de EE UU. Así, la nueva “hoja de ruta” libia se inspira en el escenario amparado por la CIA que en su momento se descartó en Irak. Como explicó Mitchell, se basa en “la recomendación de que Libia no siga el ejemplo iraquí de disolver el ejército, que algunos altos funcionarios consideran un error estratégico que dio alas a la insurgencia y favoreció la delicada y volátil situación tras el derrocamiento de Sadam Husein.”

Esta misma preocupación fue transmitida al CNT por el ministro británico de Asuntos Exteriores, William Hague, el día después de visitar Bengasi el pasado 5 de junio. “No a la ‘desbaasificación’, de modo que sin duda (los rebeldes) están aprendiendo de aquello”, declaró Hague. “Ahora tienen que hacerlo saber más efectivamente a fin de convencer a miembros del régimen de que esto es algo que podría funcionar.” El mismo interés determina la actitud de las potencias occidentales ante el levantamiento revolucionario en Siria. Su influencia en Libia, sin embargo, es mucho mayor. La descripción que hizo Mitchell de la “gran aportación” de las potencias de la OTAN y sus aliados a la gestión de la Libia post-Gadafi -a falta de “botas sobre el terreno”- es tan ridícula que cabe preguntarse si no la hizo de broma:
“La UE, la OTAN y las Naciones Unidas se encargarían de las cuestiones de seguridad y justicia; Australia, Turquía y las Naciones Unidas ayudarían en el suministro de servicios básicos; Turquía, los EE UU y las instituciones financieras internacionales dirigirían la economía. Sin embargo -añadió Mitchell- es sumamente importante que el conjunto de este proceso esté en manos de los libios. Lo que se ha hecho es para servir al pueblo libio.”

Este plan A no carece de un plan B, lo que revela la desconfianza de las potencias occidentales en la probabilidad de una “transición ordenada” tras la caída de Gadafi (para retomar la expresión que repitió como un mantra el gobierno de Obama en relación con Egipto). Hablando del plan defendido por el Reino Unido, el Wall Street Journal reveló (el 29 de junio) que funcionarios de la ONU estaban elaborando “planes de contingencia”, que incluían “el despliegue de una fuerza armada multinacional” que “probablemente estaría formada por tropas de países de la región como Turquía, Jordania y tal vez países miembros de la Unión Africana.” Uno de los defensores de dicho despliegue es, como cabía esperar, uno de los dirigentes occidentales más hostil a los rebeldes libios, el general Carter Ham, actual comandante del Mando África de EE UU (AFRICOM). Comparte esta postura con los militares argelinos, a los que visitó a comienzos de junio, advirtiéndoles del riesgo de que las armas que circulan en Libia puedan caer en manos de Al Qaeda. (Otro factor de la actitud hostil de Argelia es probablemente la perspectiva de emancipación de los bereberes en el oeste de Libia.)

El CNT libio se apresuró a obedecer las instrucciones de la OTAN y presentó su propia versión de la hoja de ruta, evidentemente redactada con vistas a satisfacer la obsesión occidental por el “ejemplo iraquí.” Una copia de este plan libio, plasmado en 70 páginas, llegó a manos del Times londinense, que publicó un resumen el 8 de agosto pasado. Contiene cifras detalladas que suenan tan poco plausibles que no cabe más que sospechar que sus autores estaban tratando de contentar a los señores de la OTAN: “Sostiene que 800 agentes de seguridad que están al servicio del gobierno de Gadafi han sido ganados clandestinamente para la causa rebelde y están dispuestos a formar la ‘espina dorsal’ de un nuevo aparato de seguridad... En el documento se afirma que los grupos rebeldes en Trípoli y las zonas adyacentes cuentan con 8.660 seguidores, entre ellos 3.255 miembros del ejército de Gadafi. Se considera muy probable una deserción masiva de oficiales de alto rango, de los que se afirma que un 70 % no apoyan al régimen más que por puro miedo.”

Disensión en las filas de la oposición

El comentario del Times muestra escepticismo sobre la hipótesis del CNT con respecto a la cooptación de sectores del régimen: “Esto seguramente no sólo resultará arriesgado, sino también controvertido, pues muchos combatientes rebeldes están resueltos a eliminar todos los vestigios del régimen.” Como había señalado el Wall Street Journal en su información sobre la hoja de ruta defendida por el Reino Unido: “Muchas brigadas rebeldes se han convertido en milicias, algunas de las cuales se niegan a obedecer las órdenes o a colaborar con aquellos que ocupaban cargos militares o de seguridad en el régimen del coronel Gadafi y posteriormente cambiaron de bando para unirse a la rebelión que estalló en febrero. Algunos líderes rebeldes influyentes han llamado a purgar a los leales al régimen de las futuras fuerzas de seguridad y a dar prioridad a quienes hayan luchado contra Gadafi.”

La firme decisión de los rebeldes de purgar a quienes hubieran optado por defender a Gadafi contra la insurrección es, de hecho, la clave para entender el comportamiento paradójico de la OTAN que se ha descrito más arriba. Las potencias de la OTAN no quieren que los rebeldes liberen Trípoli con sus propios medios, como declaró sin rodeos el Economist de Londres (16 de junio): “Los gobiernos occidentales tienen la esperanza de que los rebeldes no conquisten Trípoli al cabo de un lento avance desde el este, con el riesgo que ello implicaría de que dieran su merecido a los leales a Gadafi que se encontraran por el camino. Prefieren que el régimen implosione desde dentro y que el pueblo de Trípoli se alce para deponer al coronel, una eventualidad que en círculos gubernamentales occidentales se considera cercana.”

Tom Dale ha comentado esta preferencia de la OTAN por una “implosión desde dentro”: “¿Por qué iban a preferir las potencias occidentales un golpe por parte del círculo íntimo de Gadafi a la victoria del ejército rebelde? El golpe palaciego comportaría un acuerdo negociado entre los elementos del antiguo régimen que todavía sostienen a Gadafi y la dirección rebelde, que a su vez también abarca a muchas antiguas personalidades del régimen. Los gobiernos occidentales quieren estabilidad e influencia, y para ellos las figuras del antiguo régimen, sin contar a la familia Gadafi, son la mejor garantía en este sentido.”

Conviene matizar esta última afirmación. Tomemos el ejemplo del general de división Abdul Fatah Yunis, una de las figuras clave del régimen de Gadafi que se pasó al bando rebelde pocos días después de que comenzara la revuelta. Jefe militar de la rebelión libia hasta que fue asesinado recientemente, había criticado abiertamente la acción de la OTAN y mantenía una relación muy conflictiva con el hombre de la CIA, el coronel Jalifa Haftar (a veces su apellido se escribe Hifter), quien después de vivir en el exilio durante casi un cuarto de siglo, sobre todo en EEUU y cobrando de la CIA, volvió a Libia y fue nombrado por el CNT para un alto cargo militar bajo la presión de Washington. Este hombre era detestado por muchos miembros de la oposición libia, como explicó el periodista Shashank Bengali en Real News Network (14 de abril):“Aquí hay cierta preocupación por el hecho de que la larga estancia de Hifter en EE UU y sus supuestos lazos con la CIA y otros altos cargos de EE UU hacen de él una figura controvertida entre los libios, que sienten realmente que este levantamiento tiene carácter autóctono. Desean recibir apoyo exterior en forma de armas y reconocimiento del gobierno de oposición libio y no desean que la rebelión pase a estar controlada por alguna fuerza extranjera como la CIA.”

La hostilidad entre Yunis y Haftar ha llevado a algunos a sospechar que el asesinato del primero ha sido organizado por CIA a fin de allanar el camino al segundo. Sin embargo, Yunis no ha sido sustituido por Haftar, sino por otro desertor temprano del régimen de Gadafi, el general Suleiman Mahmud, comandante de la provincia oriental afincado en Tobruk hasta su deserción. De hecho, las condiciones no parecen favorables a los hombres que mantienen los lazos más fuertes con el extranjero, como indican ciertos comentarios publicados en el New York Times sobre la disolución del gabinete provisional por parte del CNT en la víspera del asesinato de Yunis:
“La remodelación también parecía responder a un esfuerzo por parte de ciertos grupos de interés dentro del movimiento rebelde, incluidos dirigentes autóctonos que ayudaron a impulsar la revuelta, por afirmar su poder marginando a dirigentes que habían vuelto de exilio y ocupaban cargos clave. Durante meses había habido quejas de que miembros del gabinete eran desconocidos para la mayoría de los libios, pues habían pasado casi todo el tiempo en el extranjero, sobre todo en Qatar, el país que se ha convertido en el defensor más entusiasta de los rebeldes. [...] Un portavoz rebelde ha dicho que van a exigir a [Mahmud] Jibril [el economista neoliberal nombrado por el CNT para dirigir su gabinete, después de haber dirigido las reformas neoliberales del régimen de Gadafi desde 2007 hasta el levantamiento], a quien apenas han visto en Bengasi, que pase más tiempo en Libia.”

Una explicaciónplausibledelasesinato de Abdul Fatah Yunis es la que dio su colaborador Mohamed Agury, quien atribuyó el atentado a miembros de la Brigada de los Mártires del 17 de Febrero. (Según otra fuente, los autores del crimen forman parte de un grupo islámico que se autodenomina Brigada Abu Ubaidah Ibn al Jarrah.) El testimonio de Agury da idea de la compleja y heterogénea composición de las fuerzas rebeldes: “La Brigada de los Mártires del 17 de Febrero es un grupo formado por centenares de civiles que tomaron lar armas para unirse a la revuelta. Sus combatientes participan en las batallas de primera línea contra las fuerzas de Gadafi, pero también actúan como una fuerza de seguridad interna semioficial de la oposición. Algunos de sus dirigentes provienen del Grupo de Combate Islámico de Libia, un grupo radical islámico que ya lanzó una campaña violenta contra el régimen de Gadafi en la década de 1990. [...] No se fían de ninguno que haya estado en el régimen de Gadafi, querían venganza,” dijo Agury.

Otro acontecimiento revelador que muestra la heterogeneidad de las filas de la oposición fue la “Conferencia para el Diálogo Nacional” celebrada en Bengasi el 28 de julio. Asistieron 350 participantes, entre ellos miembros de la citada Brigada de los Mártires del 17 de febrero y exmiembros de la rama libia de la Hermandad Musulmana, mientras que la Hermandad misma negó cualquier relación con la conferencia. Los asistentes insistieron en la unidad de Libia, su carácter islámico y la necesidad de un diálogo nacional amplio, mientras Al Amin Belhaj, miembro del CNT, declaró que a pesar de que Gadafi y sus hijos no podían permanecer en el poder, sí podían quedarse en Libia bajo protección oficial. Por lo visto, algunos de los participantes tenían contactos con Saif al Islam Gadafi, un dato que encaja bien con las recientes declaraciones de éste al New York Times: “He liberado [a islamistas libios] de la cárcel, les conozco personalmente, son mis amigos”, dijo, aunque añadió que la liberación fue “un error” debido a su papel en la revuelta.

Fuera del hotel en que se celebraba la conferencia hubo una manifestación. El reportaje de Aljazeera.net muestra a un hombre joven que sostiene un cartel que dice, en nombre de la Juventud de la Revolución del 17 de Febrero: “La Conferencia Nacional sólo se representa a sí misma”. Los manifestantes expresaron su rechazo de cualquier diálogo con Saif al Islam y sus colaboradores. Acusaban a los organizadores de la conferencia de utilizar milicias para tomar el poder antes de que se completara la liberación de Libia. Naima Dyibril, abogada y miembro del “Comité de apoyo a la participación de las mujeres en la toma de decisiones”, de Bengasi, se quejó en la página web por la exclusión de las mujeres de la conferencia. Otros detalles del plan del CNT, según el Wall Street Journal (12 de agosto), muestran un reconocimiento tranquilizador de la complejidad de la situación libia y la voluntad de abordarla de una manera democrática: “El plan reconoce que la dirección en Bengasi todavía carece del apoyo oficial de las regiones que todavía se hallan bajo control del coronel Gadafi, abriendo un proceso para cubrir 25 puestos vacantes que deberán representar a esas zonas en un órgano que cuenta con 65 escaños. Según el plan, los miembros actuales del Consejo no podrán presentarse a las dos primeras convocatorias de elecciones nacionales, ni aceptar cargos políticos en los gobiernos que salgan de ellas. [...] De acuerdo con el documento, un Consejo Nacional de Transición ampliado -en el que haya representantes de las zonas bajo control de Gadafi- gobernará durante ocho meses a partir de la caída de Gadafi, periodo en el que se celebrarían elecciones para una comisión constitucional y un congreso nacional transitorio de 200 miembros. La representación de cada distrito se concretaría en función del censo de población de 2010. El congreso ejercería el poder durante un periodo transitorio de menos de un año, durante el cual se sometería a votación en referéndum nacional un nuevo proyecto de constitución y sería elegido el nuevo gobierno permanente de Libia de conformidad con lo estipulado en dicha constitución.”

Es de esperar que la realidad se ajuste a las previsiones del plan, pero hay muchos factores que se oponen a la aplicación del mismo, dada la compleja maraña de fuerzas tribales, étnicas y políticas que constituyen la sociedad libia, que apenas está saliendo de más de cuatro décadas de uno de los regímenes dictatoriales más desquiciados de la historia moderna. La constitución provisional basada en el plan arriba descrito ya es objeto de contestación en Bengasi, y se acusa al CNT de estar actuando a puerta cerrada. La diferencia fundamental entre el revuelo político en Libia y la situación en Egipto es que en el primer país la oposición y el régimen están separados territorialmente, y que la familia gobernante ha sido derribada en El Cairo, pero todavía no en Trípoli.

Al igual que en Egipto, la batalla política se libra entre diversos grupos de la oposición, algunos de los cuales, especialmente entre las fuerzas islámicas, están dispuestos a contemporizar con instituciones del régimen, mientras que otros, sobre todo entre la juventud, rechazan esta perspectiva y aspiran a una transformación radical de su país. Otra diferencia importante es la ausencia en Libia del papel del movimiento obrero, que es muy importante en el proceso egipcio. (Aunque Kamal Abu Aita, el presidente de la nueva Federación Egipcia de Sindicatos Independientes, me ha informado de que recientemente se ha creado una federación sindical similar en Bengasi.) La situación en Libia -como en Túnez y Egipto y todos los demás países de Oriente Medio en que se desarrolla el actual proceso revolucionario- se halla al comienzo de un periodo prolongado de evolución tumultuosa. Este es el destino habitual de los levantamientos revolucionarios. Las potencias occidentales tendrán muchas dificultades para controlar el proceso. Carecen de tropas sobre el terreno, aunque tampoco eso les serviría de mucho, vista su incapacidad para controlar la situación en países donde sí han desplegado fuerzas armadas, como Irak y Afganistán. El proceso de liberación y autodeterminación de los pueblos es intrincado y puede atravesar fases inquietantes, pero sin este proceso y la disposición a pagar el coste que conlleva, que puede llegar a ser muy importante, el mundo entero seguiría viviendo bajo regímenes absolutistas.


-  Publicado en Jadaliyya http://www.jadaliyya.com/
-  Traducción: VIENTO SUR a partir de la versión en inglés del autor.
-  Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4276


Marcha por la educación pública chilena


Ayer la Federación Universitaria de Buenos Aires, junto a Centros de Estudiantes y al grupo de chilenos exiliados por la educación, se concentraron a las 17hs en el Obelisco para movilizarse hasta el Consulado de Chile y expresar su respaldo a la lucha que están llevando adelante los estudiantes de ese país.

Juan Manuel Karg, Secretario de Integración Latinoamericano de la FUBA se refirio a los estudiantes chilenos en Buenos Aires y a la movilización.


jueves, 25 de agosto de 2011

Cristina recargada



Atilio A. Boron

Las elecciones “primarias” que acaban de tener lugar en la Argentina dejaron numerosas enseñanzas. Centraremos nuestro análisis en tres ejes principales: (a) las razones de su apabullante victoria; (b) la agenda del gobierno para los próximos años; (c) las tareas de la izquierda ante la actual coyuntura.


Las elecciones “primarias” que acaban de tener lugar en la Argentina dejaron numerosas enseñanzas. Sería imposible reseñar todas y cada una de ellas en un breve texto como este. Se impone, por lo tanto, la necesidad de sintetizar y privilegiar algunas cuestiones, postergando el tratamiento de otras para otros momentos. Centraremos nuestro análisis en tres ejes principales: (a) las razones de su apabullante victoria; (b) la agenda del gobierno para los próximos años; (c) las tareas de la izquierda ante la actual coyuntura.


Va de suyo que para quien esto escribe la elección presidencial (no así la de los demás cargos a nivel nacional, provincial y municipal) del 23 de Octubre se convirtió, luego de las primarias, en un ejercicio superfluo. Salvo por un catastrófico imponderable la re-elección de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) en la primera vuelta electoral ya está asegurada: le sacó una indescontable diferencia de 38 puntos a Ricardo Alfonsín y Eduardo Duhalde. Peor aún, en Lomas de Zamora, supuesto bastión del duhaldismo, CFK aventajó al ex presidente por 43 puntos: obtuvo 57 % de los votos contra un flaco 14 % de su contendor.

Y en la mesa 26 de la Escuela Nº 9 donde emitió su voto Duhalde, Cristina se alzó con el apabullante 73 % contra un raquítico 9 % de su rival. La Udeso, liderada por Ricardo Alfonsín y Francisco de Narváez, fue derrotada sin atenuantes en 132 de los 134 distritos de la provincia de Buenos Aires. Teniendo en cuenta estos demoledores antecedentes cualquier especulación acerca de las chances que podrían tener cualquiera de las dos mayores candidaturas de la oposición es un alarde de voluntarismo carente de todo fundamento.

Claro está que hay que reconocer que por detrás de ese infundado optimismo existen también razones tácticas que obligan a ello: la deserción de un candidato presidencial acarrearía consecuencias muy negativas para los otros postulantes pegados a su boleta (senadores y diputados nacionales, gobernadores, legisladores provinciales, intendentes, concejales) al mismo tiempo que debilitaría la capacidad de esa fuerza para conquistar posiciones en lo terreno parlamentario y en los gobiernos locales.

¿Por qué ganó CFK?

Lo primero que hay que decir es que su aplastante victoria se debió antes que nada a los méritos propios de su gestión gubernativa. Vale la pena insistir en esto porque la tónica dominante de muchos análisis parece sugerir que su triunfo fue antes que nada causado por la fenomenal ineptitud de la oposición.

Este es un planteamiento erróneo porque deja en las sombras algunos factores que, sin duda, influenciaron muy positivamente en las preferencias ciudadanas. Por empezar, mal se podría desconocer el impacto “oficialista” que aquí y en cualquier otro país ejerce la bonanza económica, por relativa que sea y más allá de sus insatisfactorios y/o limitados impactos redistributivos.

Pero si además el crecimiento económico va acompañado por una fuerte expansión del consumo (no importando, ante los ojos de los beneficiarios, los mecanismos mediante los cuales se lo promueve); la creación de empleos (no importa si registrados o “en negro”); una modesta pero bienvenida mejoría en sueldos y salarios y en las remuneraciones a los jubilados y pensionados; la enorme ampliación de la cobertura previsional con la jubilación de las amas de casa; la implementación de algunas políticas paliativas del grave problema de la pobreza que el país viene padeciendo desde los años noventas (Asignación Universal por Hijo, tres millones y medio de personas cubiertas por distintos planes sociales, retorno a la escuela impulsado por la masiva entrega de netbooks, etcétera), sería verdaderamente una anomalía que este conjunto de factores se hubiese revelado incapaz de fomentar un sentimiento de conformidad para con el gobierno nacional.

Si a ello se le agregan otros componentes que expresan una vocación progresista de la Casa Rosada, como la Ley de Medios, el Matrimonio Igualitario, la política de derechos humanos, la estatización de las AFJP y Aerolíneas Argentinas y la reorientación latinoamericanista de la política exterior nadie debería manifestarse sorprendido ante el categórico veredicto de las urnas. Podría haber sorpresa en el nivel del apoyo -más del 50 %- o en los 38 puntos que separan a CFK de sus más inmediatos perseguidores, pero no en la reconfirmación de su liderazgo en el terreno electoral.

El éxito oficial sirvió, de paso, para demostrar que los poderosos medios hegemónicos -verdaderos “intelectuales orgánicos”, diría Gramsci, del heteróclito archipiélago opositor- carecen de los poderes omnímodos que muchos, tanto en el gobierno como en la oposición, les habían atribuido. Pueden agigantar lo que hay, pero sus artimañas y manipulaciones no les alcanzan para inventar lo que no existe. Y la oposición, en la Argentina post-crisis del 2001, post “que se vayan todos”, no existe. Lo que aparece bajo la equívoca etiqueta de “oposición” es una colección de individualidades y precarias organizaciones políticas, mutuamente repulsivas, carente de unidad y coherencia, sin un claro programa alternativo que no sea volver al pasado todo lo cual la convierte en fácil presa de las iniciativas del kirchnerismo.

En el período transcurrido entre las elecciones parlamentarias de Junio del 2009 y las del 14 de Agosto de este año sus exponentes exhibieron excepcionales dosis de ineptitud, egocentrismo, sectarismo, ombliguismo y personalismo que aportaron lo suyo para hacer posible el triunfo de Cristina. En síntesis: a la oposición le sobró vanidad y le faltó grandeza. Y la protesta social, vigorosa y recurrente, transitó por carriles que no tenían contacto con los partidos de la oposición. Salvo, en algunos pocos casos, con las pequeñas expresiones de la izquierda.

Fue debido a ello que el multimedio Clarín no pudo, empleando a fondo su vastísima red de propaganda y manipulación políticas, inventar una opción donde no la había, o fabricar un líder capaz de concitar la adhesión de grandes segmentos de nuestra sociedad. Por más que algunos de los candidatos de la oposición fueran exhibidos ad nauseam, noche a noche, en los distintos programas televisivos del multimedio -especialmente Eduardo Duhalde y Elisa Carrió y, en menor medida, Ricardo Alfonsín- y se les concediera, en algunos casos, hasta veinticinco minutos ininterrumpidos de pantalla (¡algo absolutamente extraordinario en el timing televisivo!) ni uno sólo de los favorecidos por tamaña “generosidad” del oligopolio logró convertirse en un competidor serio de CFK. Peor aún: la venenosa campaña mediática en contra del gobierno terminó por volverse en contra de quien, desde una autoasignada función de conciencia ética de la república, la encarnó con singular vehemencia.

Nos referimos, está claro, a Elisa Carrió, derrumbándose desde el 23 % de los votos obtenidos en la elección presidencial del 2007 a un triste tres y tanto por ciento en las primarias del domingo pasado. Una caída, dicho sea al pasar, que tampoco puede atribuirse a los poderes demiúrgicos de la televisión oficial, cuyo módico rating –inclusive en un programa como 6-7-8- la inhiben de acometer empresas tan demoledoras, suponiendo que lo quisiera.

Y lo mismo puede decirse de la prensa gráfica oficial o identificada con la gestión de CFK: el “periodismo militante” pudo haber ayudado a consolidar la adhesión de los ya convencidos, pero jamás proyectar a Cristina por encima del cincuenta por ciento de los votos. Este acotado poder de los medios, de uno y otro bando, no deja de ser una buena noticia para la democracia.

La agenda para el segundo turno

El arrasador triunfo de CFK enfrenta un peligro que al menos en un par de discursos recientes pareció haber sido advertido por la presidenta cuando dijo, textualmente, “no me la creo.” En efecto: el riesgo es pensar que ante la plebiscitaria ratificación de su mandato las cosas están bien y el rumbo emprendido es el correcto. En realidad, la situación económica ha venido mejorando pero las asignaturas pendientes son muchas, y muy urgentes. El mantenimiento de la torpe política adoptada con el INDEC, que equivale destruir un termómetro porque registra la temperatura producida por una inoportuna enfermedad, conspira en primer lugar en contra del propio gobierno: las deficientes o abiertamente falsas informaciones suministradas en algunas áreas por el INDEC le impide elaborar con racionalidad y eficacia las políticas públicas que el país necesita.

La intervención en ese organismo, además, es un grave atentado en contra de la población porque la priva de acceder a datos básicos con los que, por ejemplo, defender su nivel de vida y sus salarios en las paritarias. En este sentido el subregistro de la inflación ha adquirido ribetes escandalosos toda vez que no son las desacreditadas consultoras privadas sino las propias oficinas de estadística de las provincias gobernadas por el Frente de la Victoria quienes mes a mes desmienten las fantasiosas cifras del INDEC. No sólo ellas: lo mismo hacen los sindicatos afiliados a la CGT, que negociaron reajustes salariales –para acompañar al aumento de los precios internos- del orden del 25 al 35 %, reajustes que fueron homologados por las autoridades nacionales y sobre todo por el Ministerio de Trabajo. Acabar con este engaño debería ser una de las primerísimas tareas a encarar por la presidenta lo antes posible, conciente de que esa mentira no sólo ofende a la ciudadanía sino que entorpece su propia gestión de gobierno.

Cuando el tema de la agenda del próximo período sale a la palestra son muchos los que en el ámbito oficial y sus aledaños dicen que lo que hay que hacer es “profundizar el modelo”. No vamos a reiterar en esta nota todo lo que discutimos extensamente en anteriores publicaciones de este blog y que diera lugar a un apasionado debate. Pero no está demás recordar que los principales aciertos del kirchnerismo –como, por ejemplo, la quita en los bonos de la deuda externa o las estatizaciones de las AFJP o de Aerolíneas Argentinas- se produjeron cuando se dejaron de lado las prescripciones del modelo de acumulación instaurado bajo el primado del neoliberalismo desde finales de la década de los ochentas y cuyos poderosos influjos se sienten todavía el día de hoy.

Para entendernos: si hablamos rigurosamente un “modelo” no es una sumatoria de políticas públicas sino un tipo específico de articulación entre acumulación capitalista, dominación política y organización social. Al decir que el actual “modelo” tiene su génesis en la última dictadura militar y su consolidación en el decenio menemista se está afirmando que como producto de la refundación reaccionaria del capitalismo global desde mediados de los setentas el eje central de la acumulación capitalista se desplazó hacia los sectores más concentrados (y extranjerizados) de la economía, entre los cuales sobresalen el petróleo, el gas, la gran minería, el sector financiero y el agroexportador (principalmente el complejo sojero), todos los cuales fueron (y siguen siendo) beneficiados por incentivos, subsidios, exenciones impositivas y facilidades de todo tipo que explican las fenomenales tasas de ganancia que exhiben estos sectores. Este “modelo”, neoliberal en su espíritu y en su corporización práctica, tiene como puntales:

a) la sobrevivencia de la Ley de Entidades Financieras de Videla-Martínez de Hoz, pieza legal fundamental para institucionalizar el predominio de la banca extranjera y del capital financiero en general;

b) la vigencia de la Carta Orgánica del Banco Central establecida por Domingo F. Cavallo que todavía condiciona negativamente a las actuales autoridades de esa institución para actuar de conformidad con las exigencias de la coyuntura;

c) la extraordinaria regresividad del sistema impositivo, en virtud de la cual la renta financiera queda exenta de obligaciones tributarias al igual que la transferencia de activos de sociedades anónimas, mientras que una parte creciente de los asalariados debe pagar el impuesto a las ganancias –la magia del neoliberalismo todo lo puede: ¡sueldos y salarios se convierten en “ganancias” y como tales sujetas a un tributo- al tiempo que los sectores de menores ingresos ven encarecidos los ítems de la canasta básica de alimentos con un IVA del 10.5 %;

d) el continuo saqueo de nuestras riquezas naturales, sin ninguna clase de efectivo control fiscal –especialmente en hidrocarburos, minería, pesca- que impide saber cuánto se extrae y cuánto se exporta. Si algún dato se tiene es por las declaraciones juradas que las empresas interesadas elevan a nuestras autoridades;

e) la descontrolada “sojización” del agro, con los graves perjuicios que conlleva no sólo una acelerada “reprimarización” de la economía sino también la expansión del monocultivo y la primacía adquirida por el poderoso complejo transnacional del “agronegocios”, en desmedro de los pequeños y medianos productores locales;

f) el elevado grado de concentración y extranjerización de la economía. Una encuesta periódicamente realizada por el INDEC sobre este tema demostró que en el 2010 las 500 mayores empresas del país daban cuenta nada menos que del 22 % del PIB de la Argentina. Ese mismo estudio señalaba que 324 de las 500 mayores empresas –o sea, dos de cada tres- que operan en el país son extranjeras; y todas foráneas son las seis más grandes: YPF, Cargill, Telecom, Petrobras, Carrefour y Jumbo. Extranjerización que, como lo señalan recientes estudios, se extiende también a la tierra, inclusive en zonas de frontera;

g) perpetuación de la precarización laboral, la tercerización, el trabajo no registrado (¡inclusive en la administración pública!), penosas herencias de los noventas que aún persisten en nuestros días.

Estos rasgos, gestados durante los años de la dictadura y el menemismo siguen penosamente caracterizando a la economía argentina. Hubo cambios, sin duda, pero las vigas maestras del “modelo”, neoliberal hasta el tuétano, siguen en pie. A ello se debe la persistencia de elevados niveles de pobreza -cercanos al 30 % según los análisis más confiables- en los sectores más postergados y también la fragilidad económica de las capas medias, donde para una pareja con ambos miembros trabajando “en blanco” y con buenas remuneraciones la adquisición de un departamento de dos ambientes se presenta como una empresa de muy difícil realización. En suma, el “modelo”, fiel a sus orígenes, crece pero al hacerlo concentra ingresos y riquezas, desnacionaliza la economía y no distribuye. Quien lo hace, a duras penas y con muy modestos resultados, es el estado.

La izquierda y la coyuntura

Para concluir: la presidenta tiene la re-elección asegurada. Ha sido ratificada plebiscitariamente y gracias a esta relegitimación dispone de un amplio campo de maniobra para introducir los cambios que necesita el país. Si tiene voluntad de hacerlos seguramente contará con un enorme respaldo popular, como lo atestigua el resultado de las primarias. Cuenta también con un Congreso que no tendrá fuerza para interferir o entorpecer sus más trascendentales iniciativas y los poderes mediáticos han demostrado que pueden desatar una molesta vocinglería pero no tienen como frenar las políticas gubernamentales. Este es el momento para avanzar a toda máquina por el camino de las reformas estructurales, dejando de lado los paliativos y las políticas de parche.

Además, haga lo que haga, los futuros historiadores y cronistas de la derecha ya condenaron a la presidenta. Seguirá siendo sometida a toda suerte de presiones, chantajes y agresiones por los moderados avances sociales producidos durante estos últimos años. Siendo esto así es preferible que la condenen por las cosas buenas que podría hacer y no por lo que dijo que quería hacer y después no lo hizo. Eso sí: CFK tendrá que apresurarse porque dispondrá de poco tiempo, un año a partir del inicio de su nuevo término presidencial. El 2012 debería ser el año de las grandes batallas. Poco después comenzarán las disputas con vistas a las elecciones parlamentarias del 2013 y, enseguida, estallará abiertamente la durísima lucha por la sucesión presidencial. Por lo tanto, si no es ahora, ¿cuándo?

Podrá objetarse, con razón, que el planteo anterior adolece de un fuerte voluntarismo. Ello es así porque hemos optado, metodológicamente hablando, por suspender por un momento una valoración radicalmente crítica que considere a los datos definitorios de la coyuntura actual como resultados inamovibles de un proceso que no admite correcciones o rectificaciones. Si bien adherimos sin reservas a la perspectiva crítica que ofrece el marxismo -en el sentido de que sabemos que dentro del sistema no hay solución para la crisis del capitalismo, y que éste es una imparable máquina de producir injusticias, pobreza y exclusión económica, social y política que sólo una revolución socialista pondrá fin- creemos que al menos hipotéticamente se le podría conceder al gobierno el beneficio de la duda.

¿En qué sentido? En el sentido de reconocer que las renovadas y cada vez más violentas contradicciones del capitalismo, aguijoneadas por la crisis actual, van a desbaratar cualquier intento de gestionar a la economía y mantener el orden social apelando a las herramientas macroeconómicas convencionales, incluyendo las tenidas por “heterodoxas”. Empujado por circunstancias signadas por profundos desequilibrios en la vida económica y una creciente agitación social y política más pronto que tarde el gobierno se enfrentará a un dilema de hierro: avanzar por el sendero de las reformas estructurales que le permitan neutralizar los efectos desquiciantes de un capitalismo en crisis o bien quedar sepultado bajo sus escombros, abriendo el paso a una restauración conservadora que ponga fin a todas sus ilusiones progresistas.

Acérrimos críticos del capitalismo, Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Gramsci, entre otros, nunca dejaron de reconocer las posibilidades de recomposición y cambio que los capitalistas siempre tienen a su alcance aún en medio de las más profundas crisis. Más de una vez Marx se reprochó por haber errado en sus sombríos pronósticos sobre el curso futuro de Francia una vez establecido el régimen bonapartista, refutados implacablemente por casi veinte años de vigorosa expansión económica que sólo la guerra franco-prusiana de 1870 pondría fin.

Atentos a esta lección hay que desterrar la tentación de pensar que, ante la crisis, el kirchnerismo jamás osaría transitar por el sendero de las reformas estructurales. Sus relaciones con la clase dominante son complejas y por momentos contradictorias: promueve sus ganancias y facilita sus negocios –si no véase lo ocurrido con el voto “del campo” en las primarias, o las declaraciones de Franco Macri o de tantos otros capitostes del empresariado local- aunque lo hace en un clima de mutuo recelo y permanentes tironeos ocasionados por la insaciable voracidad de una y otro.

Si estas tensiones, exacerbadas al calor de la crisis, llegaran a sobrepasar un cierto umbral no sería extraño que se desencadenase una ruptura entre la clase dominante y el gobierno, colocando al kirchnerismo ante el dilema enunciado más arriba: reformas estructurales o capitulación. Acosado por similares más no idénticas circunstancias Franklin D. Roosevelt optó por lo primero: fortaleció el movimiento obrero y organizó al partido demócrata, y a partir de allí lanzó el New Deal, un programa tenazmente resistido por gran parte de la burguesía estadounidense que consideraba confiscatoria y “comunista” la nueva legislación tributaria –en un pleito que sólo se resolvió en la Corte Suprema de Estados Unidos- y los renovados poderes de la Reserva Federal, al paso que denostaba como demagógicas las audaces iniciativas en materia de seguridad social y asistencia médica impulsadas desde la Casa Blanca.

Obviamente, era un programa que no tenía la menor intención de salirse del sistema y abandonar al capitalismo; no obstante, acuciado por las premuras del momento, para salvarlo era preciso otorgar significativas concesiones a las clases populares a la vez que se recortaban algunas de las más irritantes prerrogativas del capital.

Que no hubiera aparecido un partido revolucionario capaz de aprovechar las oportunidades que se abrieron en esa coyuntura es otra historia. A la luz de la experiencia histórica, desde Napoleón III a Roosevelt, ¿deberíamos excluir a priori que una salida “reformista burguesa” pudiera ser elegida por CFK? Hay numerosos indicios de una creciente tensión al interior del kirchnerismo, originada por las limitaciones y perversiones del “modelo” y por el creciente hiato que separa el discurso crítico del neoliberalismo del pesado legado neoliberal que aún hoy informa buena parte de las políticas oficiales. ¿Quién estaría en condiciones de asegurar que, forzado por las circunstancias, el kirchnerismo preferiría suicidarse antes que abrazar una opción reformista, aunque sea por razones tácticas, oportunistas o demagógicas de supervivencia política?

Y si tal cosa llegara a ocurrir, ¿estarían la izquierda y el movimiento popular en condiciones de sacar partido de la situación? Es evidente que la debilidad de las fuerzas socialistas, comunistas y de izquierda de la Argentina, herederas de traumáticas experiencias del pasado, conspira contra su capacidad para gravitar decisivamente en la coyuntura. El tsunami peronista de 1945 cambió radicalmente la estructura y la identidad de la clase trabajadora y el movimiento popular, condenando a la izquierda a jugar un papel marginal en el desarrollo de las luchas de clases durante décadas. Ante ello habría que estar sumamente atentos a las inéditas posibilidades que podrían abrirse en el marco de la crisis actual y sus reflejos en un país de la semiperiferia capitalista como la Argentina.

No hay un único camino para la emancipación de la clase trabajadora, y más importante que el punto de arranque son el itinerario, las novedades generadas a lo largo de un continuo proceso de luchas sociales (que cambia conciencias, proyectos, modos de organización y liderazgos) y la meta hacia la que apuntan los conflictos y antagonismos del momento.

Para ello es preciso tener en mente que estamos ingresando a una nueva etapa en la historia del capital: la contraofensiva reaccionaria inaugurada en los años ochenta del siglo pasado de la mano de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II se ha agotado y se derrumba estrepitosamente. La conmoción social que sacude a Europa, desde la ola de huelgas en Grecia hasta el repudio a los banqueros en Islandia, pasando por los incendios en Londres, los “indignados” españoles y el fragilísimo equilibrio político apenas sostenido en Francia y Alemania, es un claro anuncio del cambio de época, y sus violentas reverberaciones se dejarán sentir en todo el mundo. La Argentina y América Latina, por más que se las intente blindar, no serán la excepción a la regla.

Fin de una época que coincide con la inexorable decadencia del imperio norteamericano, incapaz de ganar guerras (aunque destruya países), de ordenar el caos económico internacional y de acomodar el tablero político mundial en función de los intereses imperiales.

En un marco de cambios epocales en donde la mismísima supervivencia del capitalismo está puesta en cuestión -¡ya no por el “catastrofismo” de sus críticos sino por el diagnóstico de los “intelectuales orgánicos” del capital!- la izquierda argentina tiene la posibilidad y el deber de reconstituirse de forma tal de poder incidir positivamente en el curso de los acontecimientos, dejando de ser lo que, a pesar suyo, fue durante décadas: una presencia testimonial. Para que esto sea posible deberá abandonar todo dogmatismo y saber leer, en los enrevesados y contradictorios pliegues de la coyuntura actual, las oportunidades que podrían existir para desarrollar un proyecto emancipatorio para nuestro pueblo y actuar en consecuencia.