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martes, 27 de diciembre de 2011

Barack Obama: Bienvenido al mundo de Camila Vallejo y su fantasma





Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)



La nueva ofensiva por contener las ideas del marxismo es global. Desde la desaparición de la ex URSS se había apaciguado. Es el regreso del viejo fantasma, más bien “un fantasma que nunca partió” y que está allí palpable en un capitalismo que no se rinde a pesar de sus inconmensurables contradicciones.

Barack Obama desnuda esa angustia de que el fantasma del comunismo o marxismo, está de regreso en sus palabras de homenaje a Vaclac Havel. Habla de que el mérito del ex presidente checo consistió en “exponer el vacío de una ideología represiva”. Esta vez se equivoca Obama a plenitud.







Si hay algo que la idea comunista exactamente no inspira es eso del vacío. Por el contrario, es la que más atrae cuando hay pobreza y destitución capitalista.






Es probable, que la idea marxista de analizar y formar una sociedad a partir de ese análisis tenga defectos en cuanto a la cacareada libertad desde el individualismo capitalista. También puede resultar su disciplina un tanto agobiante a la hora de cumplir tareas en la causa del bien común. En ningún caso es más represiva que las coordenadas de supervivencia que impone el capitalismo.






Catalogar al marxismo y su derivada política como de ideología vacía es todavía estar esparciendo la idea del fantasma, en una lucha añeja en donde el argumento se despedaza solo en medio de un planeta que desea vivir por sobre sus medios en una suerte de “efecto demostración” colectivo hacia la auto destrucción.






En el caso de Obama, a pesar de sus filigranas para equilibrar los desmanes de los neocons en Europa, particularmente los de Merkel, Sarkozy y Cameron, el acoso neoconservador del que padece le hace perder el horizonte.






Esta pérdida del equilibrio en Obama, quién generó enormes expectativas en el mundo, (porque al fin llegaba un progresista a la Casa Blanca), contrasta con la sabiduría y la energía transformadora de una líder mujer como Camila Vallejo surgida desde la izquierda y el marxismo.






Los lectores de The Guardian británico eligieron a Camila Vallejo como personaje del año" 2011 con el 78 % de los votos. La revista Time también la menciona como uno de los personajes del año.






La líder estudiantil chilena ha rebasado el medio local y el universitario con una visión y manejo de los temas muy diferente a lo observado en los líderes de mayor notoriedad.






Nos hemos encontrado con el aire fresco de una líder que no representa los grupos y las redes del gran capital repartidos con diferentes indumentarias.






Superó en la encuesta al candidato natural, el tunecino Mohammed Buazizi, cuya inmolación gatilló las revueltas en el mundo árabe.






Estas cifras son producto del reconocimiento público genuino hacia una líder ya posicionada aunque también hay un componente de la exposición mediática. Cuando los medios exhiben gran despliegue para divulgar su imagen es válido preguntar acerca de cuál es la imagen que se quiere divulgar.






Digamos de entrada que el rostro que recorrió el mundo fue el de una voz criticando con llegada masiva la concepción del modelo socioeconómico (1). Uno implantado en la década de 1980 a sangre y fuego y que tiene al planeta en uno de los peores estados de situación en su historia.






Camila Vallejo también propuso medidas notables e inesperadas en un líder estudiantil.






Aparte del fin del lucro y la gratuidad en la educación, hay una indispensable como es la reforma constitucional. Estas ideas son aplicables globalmente, porque cada vez más se observa la caducidad de los instrumentos que han contribuido al estado actual. Uno de ellos son las constituciones (de las naciones) que han contribuido a la instalación de modelos de administración y progreso cuyos resultados se plasman en el estado actual del planeta.






Guerras abiertas, holocaustos disfrazados, una economía despiadada, un sistema político descompuesto en su matriz ética, forman un menú hostil e inmanejable, creado por el modelo.






Los europeos sienten que se despedaza el sistema y acuden al peor de los nihilismos: Escogen los gobiernos más conservadores que se recuerde en Europa como son los de Rajoy en España, Sarkozy en Francia, Merkel en Alemania y Cameron en el Reino Unido. Ni hablar del resurgimiento reaccionario en los países nórdicos Bélgica, Holanda y Portugal.






En África Austral ya no se puede emigrar a Sud África que se ahoga con el influjo de población externa, un PIB que no crece más del 3% anual y una crisis económica desastrosa entre el segundo trimestre de 2008 hasta el primer trimestre de 2010.






En América Latina la oligarquía se aferra a viejas estructuras de poder institucional como son las Constituciones de excepción para mantener los golpes de estado como alternativa de gobernabilidad y otras formas de autoritarismo. En Asia China, India y Japón, con sus expansiones provocan inquietud en los países menos poderosos, frente a la posibilidad de ser absorbidos un día como alguna vez lo fueron en el pasado.






Es el estado en el mundo y es coherente preguntar: ¿Si lo que Camila Vallejo reclama, es precisamente lo que la gente en el mundo reclama?






La figura de atacar el modelo en sus bases no es popular sobre todo en dos sectores. Uno representado por los que se han beneficiado desde la política. El otro corresponde a los que lideran desde las corporaciones los bancos y la propiedad del gran capital.






Al no tener de por medio el socialismo soviético, el modelo no tiene a quién culpar de sus desmanes y se ha infringido esta herida con todo el espacio a su disposición.






Marca el regreso del “fantasma” y de alguna idea escondida en la sombra de esta joven mujer que habita en una tierra al fin del mundo.






Cuesta creer que la estructura del poder acepte fácilmente, aunque sea en una pequeñísima cuota, la participación de la idea comunista en la reconstrucción social. Si fuera así, algo no funciona en alguna de las dos partes en pugna: los que se movilizan para cambiar el modelo y los protectores.






Barack Obama: Bienvenido al mundo de Camila Vallejo y su fantasma.






Nota


1) Mal llamado modelo neoliberal siendo que es un mecanismo de ajuste estructural económico permanente. Con la figura, se le asigna al liberalismo una noción de economía cargada de conservadurismo económico y político. Opuestamente, el llamado neoliberalismo se atribuye una idea de libertad y justicia que el modelo actual no ha dado muestras de poseer bajo ningún punto de vi.



Foto: Estados Unidos, Política - Barack Obama. / Autor: Pete Souza - White House



jueves, 13 de octubre de 2011

REPROGRAMACIÓN: Conferencia de Ernesto Laclau

 Instituto de Estudios Históricos







Valentín Gómez 4752


Laclau es un reconocido especialista argentino en filosofía política y se desempeñó como profesor de Teoría Política en la Universidad de Essex (Gran Bretaña). Entre sus obras se destacan Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo, Fascismo, Populismo (1977); Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (1990); La razón populista (2005). También es coautor con Chantal Mouffe de Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia (1985), y con Judith Butler y Slavoj Zizek, de Hegemonía, contingencia y universalidad (2000).

En su obra Laclau, ha llevado adelante una profunda crítica al esencialismo filosófico y desarrollado un análisis del pensamiento marxista que ha suscitado importantes polémicas. En su análisis se traslucen las influencias filosóficas de Gramsci, Lacan, Derrida y Foucault, entre otros. Desde estas tradiciones, se propone repensar la política y las relaciones entre los actores, teniendo como concepto articulador a la idea de “antagonismo” para elaborar una teoría que ubica a la hegemonía como categoría central


viernes, 30 de septiembre de 2011

Homenaje a Silvio Frondizi a 37 años de su brutal asesinato


Luis Mattini

Silvio Frondizi es, sin dudas, el mayor pensador marxista argentino de todos los tiempos.

Nació en Paso de los Libres, Corrientes, en enero de 1907. Abogado, teórico, profesor, historiador y militante. Fundador del movimiento Acción Democrática Independiente (ADI), de Praxis y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR-Praxis), hermano del presidente argentino Arturo Frondizi (UCRI) y del filósofo Risieri Frondizi.



En 1954 previó la Globalización y de algún modo el fracaso de la Unión Soviética porque ya en esa época sostenía que ése no era socialismo. Durante la Revolución Cubana, se entrevisto con el Che Guevara quien le ofreció ser el Director de la Universidad de la Habana para difundir desde allí el marxismo en toda América. Sin embargo, Silvio, revolucionario integral como el propio Che, rechazó la oferta porque sostenía que el destino de Cuba dependía de la revolución en toda América. Por esta razón optó por regresar de inmediato a Buenos Aires y participar en la organización de la revolución americana.

De Praxis, ese movimiento juvenil marxista cuyo rasgo esencial consistió en que no era ni estalinista, ni trotskista, más bien influenciado del espartaquismo alemán de Rosa Luxemburgo, influido por el guevarismo, el fue su mentor y conformó una cantera de cuadros revolucionarios, la mayoría de los cuales fueron activos en las organizaciones de los setentas.

Frondizi rechazó la identificación de gorila hacia los militantes seguidores de Perón pero lo que rechazo enfáticamente fue la caracterización del Partido Comunista que afirmaba que el peronismo era fascismo, explicando que mientras el fascismo era un producto del gran capital y su base la pequeña burguesía, el peronismo, en cambio, era un producto de la burguesía nacional y su base era la clase obrera. También negó el populismo que trató al peronismo como movimiento de liberación nacional, reconociendo, sin embargo, todo el carácter positivo del peronismo como expresión de la burguesía nacional y sostenedor de la organización obrera, sin dejar de mencionar sus limitaciones lógicas en una sociedad burguesa, caracterizándolo como bonapartismo.

En 1970 se unió al PRT- ERP en los frentes de masas de esa organización (el FAS y el MSB) expresiones políticas en la que aplico todas sus teorías para la revolución. Fue el responsable de las denuncias de la masacre de guerrilleros de ERP perpetrada en Catamarca.

El 27 de septiembre de 1974 un comando de la Alianza Anticomunista Argentina irrumpió en su casa de Buenos Aires para secuestrarlo, asesinando a su yerno, que intentó defenderlo. Horas más tarde la Triple A se adjudicó el asesinato, informando sobre la ubicación del cadáver de Silvio, brutalmente golpeado y acribillado por la espalda a través de un comunicado público.

La triple A lo asesino, pero no pudo detener sus ideas.

Conocí a Silvio, y compartí con él la militancia en Praxis y luego en el PRT-ERP. Gracias a la invitación de Peña Lillo Continente y la colaboración apasionada de Juan Jorge Barrero se re-editarán sus obras dentro de su colección Pensamiento Nacional el año entrante.

37 años después Silvio Frondizi continúa su lucha.

Un homenaje a un uno de nuestros más dignos intelectuales es recordar sus ideas.



miércoles, 11 de mayo de 2011

Ante los gobiernos progresistas: desafíos para una política socialista

"Podríamos decir que algunos gobiernos se recuestan más sobre las fuerzas represivas y otros hacen más hincapié en las medidas de integración social (...) En ambas circunstancias el Estado continúa siendo un aparato de dominación de las clases enemigas. Pero su política hacia las clases populares es distinta, por lo tanto, nuestra política debe contemplar esas variaciones. En los dos casos, consiste en demostrar que el problema de fondo es el sistema, pero las formas de encauzar la agitación y la propaganda necesariamente deben ser diferentes.". Por Alejandro Belkin.







En los últimos años, América latina se pobló de gobiernos que podemos denominar, en términos genéricos, progresistas. La Argentina no es una excepción, el gobierno de los Kirchner se ubica dentro de este contexto internacional. El nuevo panorama político ha generado y sigue generando intensas controversias. Caracterizaciones de las más diversas se enfrentan en un áspero debate. Por nuestra parte, sólo pretendemos sumar un modesto aporte a las polémicas en curso. Aunque nos vamos a referir casi exclusivamente al caso argentino, pensamos que muchas de las reflexiones aquí presentadas pueden contribuir a pensar otras realidades nacionales.

Ante el nuevo mapa político, en la izquierda surgieron dos actitudes contrapuestas. Por un lado, atraídos por el cambio de rumbo, encontramos un sector que apoya -con mayor o menor intensidad- las nuevas políticas impulsadas desde el Estado. Aunque muchos sostienen que aspiran a un cambio inmensamente más radical, afirman que estos gobiernos son lo más avanzado que se puede esperar en la actual coyuntura histórica. Sus argumentos se apoyan en un conocido diagnóstico del pasado reciente: las fuerzas populares han sufrido una dura derrota en los ‘90.

En este contexto, aseguran que estos gobiernos contribuyen a la recomposición del campo popular, aún con sus contradicciones. Desde esta perspectiva, las medidas adoptadas por el Estado, han logrado mejorar las condiciones de vida de las masas y han permitido el fortalecimiento de la organización obrera. Además, su discurso permitió la revitalización de paradigmas olvidados. En la vereda de enfrente, se afirma, sólo se encuentran los que quieren volver al pasado, con sus secuelas de hambre y represión. Entonces, sostienen con firmeza que oponerse al gobierno es hacerle el juego a la derecha. Por esa vía, se transforman en firmes defensores del gobierno.

Por otro lado, nos encontramos con aquellos que niegan que estos gobiernos hayan tomado alguna medida que pueda considerarse como progresista, argumentando que se trata de meros cambios cosméticos o exclusivamente discursivos. En el mejor de los casos, afirman que sus efectos en la realidad son mínimos e irrelevantes. Respecto a la política estatal hacia la conflictividad social, se esfuerzan en demostrar que no ha variado en lo sustancial y que sigue siendo esencialmente represiva. En otras palabras, el gobierno continúa, al igual que en los ’90, criminalizando la protesta social. Tampoco hay cambios substanciales en las condiciones económicas y sociales, los niveles de pobreza y distribución de la riqueza se mantienen inalterables. Por lo tanto, se priorizan los elementos de continuidad sobre aquellos que podrían considerarse disruptivos o novedosos.

Según nuestro criterio, pensamos que ambos análisis recaen en posturas unilaterales. Para introducir el problema que queremos presentar creemos provechoso recordar las diferentes formas que utiliza la clase dominante para mantener su predominio en la sociedad. Comencemos repasando algunos hechos de la historia argentina.


Represión y consenso

Son innumerables los casos donde el Estado argentino utilizó la represión contra las clases explotadas. En muchas ocasiones se ha mencionado este aspecto de la relación entre los trabajadores y el aparato estatal. Para citar sólo algunos ejemplos, la semana roja de 1909, la represión a la huelga del Centenario, la semana trágica en 1919, las matanzas en la Patagonia en la década del ‘20, el golpe del 30 y sus derivas represivas, el duro escarmiento a los huelguistas ferroviarios de 1950/1, las persecuciones, encarcelamientos y fusilamientos bajo el gobierno de Aramburu, el Plan Conintes aplicado por Frondizi, por supuesto, la dictadura militar de 1976 y un larguísimo etcétera.

Sin embargo, no fue la única política que desplegó el Estado hacia la clase obrera y los sectores populares. También hubo muchos casos donde se instrumentó, con mayor o menor énfasis, medidas que apuntaban a otorgar reformas o concesiones al pueblo trabajador, a cambio de conseguir su consentimiento. También aquí la lista es extensa, enumeremos sólo algunos casos. La reforma electoral de 1902 y la Ley Nacional del Trabajo de 1904, ambas impulsadas por Joaquín V. Gonzalez. En un caso permitió la incorporación de minorías al congreso nacional (Palacios) y en el otro se propuso la jornada laboral de 8 horas, entre otros beneficios para los trabajadores. Podemos mencionar también ciertas decisiones del gobierno de Yrigoyen, como su intervención en la huelga portuaria de 1916, que posibilitó el triunfo de la misma. Las políticas desarrolladas en la década del ’20 por los Lencinas y los Cantoni en San Juan y Mendoza respectivamente (salario mínimo, jornada laboral de 8 horas, voto para las mujeres). La política de Manuel Fresco en la provincia de Buenos Aires en los 30. Por supuesto, su máxima expresión llegará a partir de 1943 con el Peronismo. Entonces, fueron muchos los casos donde en lugar de (o combinada con) la represión violenta, los gobiernos recurrieron a propuestas conciliadoras con el movimiento popular, ya sea a través de reformas o concesiones. La Argentina cuenta con numerosos y recurrentes ejemplos en ese sentido.

Demás está decir, que no estamos rescatando este otro costado de la política estatal para embellecer a los aparatos de dominación. Nos importa dar cuenta de su existencia y de los desafíos que representan para una política socialista.


Evaluaciones políticas opuestas

Si hacemos hincapié sólo en el costado represivo del Estado, corremos serios riesgos de equivocar nuestra política y estamos contribuyendo al desarme ideológico y político de la vanguardia obrera y popular. Porque si solo esperamos represión de parte del Estado, cuando algún gobierno decide impulsar medidas de integración social, la desorientación política lo inunda todo. Muchos militantes se encuentran sorprendidos y desconcertados. 

En estos casos, la respuesta más habitual es la negación de la realidad, en lugar de revisar los esquemas habituales de análisis.

El error simétricamente opuesto, consiste en sobrevalorar las medidas progresistas de estos gobiernos. Quienes así lo hacen, suman su adhesión a estos gobiernos, impactados por sus políticas de integración social. Terminan confiando en el gobierno burgués, perdiendo de vista su carácter de clase y el del Estado. La asimilación de una fracción de la izquierda detrás la política de los gobiernos progresistas, representa un claro triunfo de la estrategia burguesa.

De acuerdo a lo dicho hasta aquí, podríamos decir que algunos gobiernos se recuestan más sobre las fuerzas represivas y otros hacen más hincapié en las medidas de integración social. Las razones de estas diferentes políticas son múltiples, dependen de un sinnúmero de factores y su estudio excede este breve escrito. Sin embargo, podemos afirmar, que en ambas circunstancias el Estado continúa siendo un aparato de dominación de las clases enemigas. Pero su política hacia las clases populares es distinta, por lo tanto, nuestra política debe contemplar esas variaciones. En los dos casos, consiste en demostrar que el problema de fondo es el sistema, pero las formas de encauzar la agitación y la propaganda necesariamente deben ser diferentes.


Los cambios en las formas de dominación

Si en determinados contextos, la utilización exclusiva de medidas represivas contribuye a desnudar el carácter del gobierno y el Estado como enemigos de las clases populares. Las políticas de integración, por el contrario, ayudan a desdibujar el perfil del aparato estatal como instrumento de dominación de los enemigos de clase. Por esta razón, el estudio de este último aspecto se vuelve mucho más importante. Demostrar que el Estado continúa siendo enemigo de los intereses populares, aun cuando apele a reformas o concesiones reales, es una tarea mucho más ardua y compleja. Por esa razón, merece ser estudiada con mucha mayor atención. Su negación o menosprecio no favorece a llevar claridad a la vanguardia proletaria.

Pero no se trata sólo de medir, con mayor o menor precisión, la combinación de los dispositivos de integración y coerción a los cuales recurre cada gobierno. El problema es mucho más intrincado.

La sociedad capitalista, en su evolución, ha desarrollado una densa trama de mediaciones sociales, que vinculan de una manera muy compleja al Estado con la sociedad civil. Los mecanismos de dominación se vuelven extremadamente más sofisticados. El sistema no se mantiene, exclusivamente a fuerza de represión, se recurre y se generan complejos instrumentos de dominación social. La sociedad se complejiza y junto con ella evolucionan las formas en que se ejerce la autoridad. Perry Anderson, en Las antinomias de Gramsci, dice en un pasaje: 
“En 1848, el estado es «rudimentario» y la sociedad civil es «autónoma» respecto a él. Después de 1870, la organización interna e internacional de los estados se hace «compleja y sólida», mientras que la sociedad civil, de forma similar, también se vuelve desarrollada. Es en este momento cuando aparece el concepto de hegemonía ...”.


Este divorcio entre un estado «rudimentario” y una sociedad civil embrionaria se fue evaporando con el desarrollo de la sociedad burguesa. Con el correr del tiempo, se fue construyendo una inmensa red de vasos comunicantes entre el estado y la sociedad civil. De esa manera, el Estado y el Sistema se han vuelto mucho más sólidos y flexibles al mismo tiempo. La ductilidad alcanzada por el sistema es mucho mayor de la que habían pensado los primeros marxistas. El régimen burgués se ha demostrado inmensamente maleable para recibir golpes y asimilarlos sin quebrarse. Esta es una de las principales conclusiones que debemos extraer del análisis de la lucha de clases del siglo XX.

Por otra parte, si como señala Anderson, pueden distinguirse los cambios que se produjeron entre 1848 y el período posterior a 1870, pensemos la distancia que separa a las formas de dominación de esa época con las que se practican en el presente. Las mutaciones que se produjeron en los diversos planos de la sociedad capitalista son inmensas. Sin embargo, en la izquierda, durante gran parte del siglo XX hemos seguido pensando y haciendo política “a lo bolchevique”. No me refiero a sus enseñanzas más profundas, las cuales considero que mantienen toda su validez, sino en sus aspectos más exteriores o superficiales. En otras palabras, es imposible aplicar las mismas formas de hacer política que los bolcheviques desarrollaron frente al zarismo, en la Rusia de comienzos del siglo XX y trasladarlas mecánicamente a la Argentina del siglo XXI. Porque el Estado, la sociedad civil, las clases sociales, el desarrollo de las fuerzas productivas, el adelanto de los medios de comunicación, las experiencias acumuladas por las clases y sus intelectuales, son completamente incomparables e inconmensurables.


La democracia burguesa y los gobiernos progresistas

El régimen de la democracia burguesa condensa, en gran medida, las múltiples problemáticas que estamos mencionando. La extensión de este sistema de gobierno produjo cambios fundamentales en las reglas del juego político, que no fueron simplemente epidérmicos. Por esa razón, se requiere de un estudio pormenorizado del funcionamiento de la democracia burguesa y las novedades que trajo aparejada en relación a gobiernos que, como el régimen zarista, se sustentaban casi exclusivamente en la coerción. En la izquierda marxista no hemos realizado una crítica acabada y tampoco hemos elaborado una respuesta política suficientemente sólida a la forma de dominación democrático-burguesa. Los gobiernos progresistas, al volcar la balanza hacia políticas integracionistas, no hacen más que poner el dedo en la llaga precisamente sobre este problema, desnudan -en toda crudeza- la ausencia de una reflexión profunda sobre las modernas formas de dominación.

El Estado tiene como objetivo supremo mantener las condiciones generales para la reproducción del sistema. Si reprime, lo hace con el objetivo de salvar o restablecer esas condiciones. El objetivo del Estado no es la represión de las clases trabajadoras, sino, mantener su sometimiento al capital. Insistimos, los mecanismos coercitivos son apenas un recurso más para conseguir su meta principal, mantener las condiciones que hacen posible la reproducción del sistema en su conjunto. Salvaguardar el régimen social basado en la esclavitud asalariada. Negar las políticas integracionistas -o menospreciar su importancia-, haciendo hincapié exclusivamente en la faceta represiva, no sólo constituye una deformación de la verdad histórica, sino que también resulta perjudicial para la política socialista.


Concesiones, ¿reales o ficticias?

Hemos visto, que un sector de la izquierda niega que los gobiernos progresistas hayan llevado adelante políticas beneficiosas para las clases populares. Sostienen que son meros ejercicios discursivos, “gesticulaciones populistas”. Detrás de estos análisis se esconde cierto mecanicismo en los razonamientos. Desde esa perspectiva, un gobierno burgués no podría jamás favorecer los intereses obreros, porque se trata de clases con intereses antagónicos. Sin embargo, la hegemonía no puede lograrse exclusivamente con promesas que nunca se cumplen o por medio de una pomposa oratoria. Tampoco la utilización de la propaganda y de los medios de comunicación son suficientes. Se requiere que las concesiones abandonen su carácter virtual y adquieran algún grado de materialidad. Al respecto, Gramsci decía: 
“El hecho de la hegemonía presupone que se tienen en cuenta los intereses y tendencias de los grupos sobre los cuales se va a ejercer la hegemonía, y que debe darse un cierto equilibrio de compromiso -en otras palabras, que el grupo dirigente debe hacer sacrificios de tipo económico-corporativos. Pero no hay duda de que aunque la hegemonía es ético-política, también debe ser económica, debe basarse necesariamente en la función decisiva ejercida por el grupo dirigente en el núcleo decisivo de la actividad económica”



Siguiendo a Gramsci, pensamos que la hegemonía presupone que la clase dirigente debe tener en cuenta los intereses de los grupos sobre los cuales se va a ejercer la hegemonía. Para tal fin, necesita hacer “sacrificios de tipo económico-corporativos”, es decir, no se construye hegemonía sólo con bellos discursos y una profusa propaganda. Porque como dice Gramsci: “aunque la hegemonía es ético-política, también debe ser económica”. A riesgo de hacer un salto demasiado grande -sin mediaciones- entre teoría y práctica. 


miércoles, 23 de marzo de 2011

ESPECIAL: La Comuna de París, el primer gobierno obrero

La Comuna de París es uno de los grandes acontecimientos revolucionarios protagonizados por la clase obrera. El 18 de marzo de 1871, los trabajadores franceses tomaron el poder en sus manos, y por primera vez se dio un hecho tan trascendente como fue el de arrebatar el poder a la burguesía y destinarse a construir una nueva sociedad. De los cambios revolucionarios y el papel de las mujeres hasta los combates, los fusilados y los deportados. ¿Qué enseñanzas dejó La Comuna? Por Leónidas Ceruti.

Los cambios revolucionarios

La Comuna de París es uno de los grandes acontecimientos revolucionarios protagonizados por la clase obrera. El 18 de marzo de 1871, los trabajadores franceses tomaron el poder en sus manos, y por primera vez se dio un hecho tan trascendente como fue el de arrebatar el poder a la burguesía y destinarse a construir una nueva sociedad.

En un manifiesto expresaron “Los proletarios de París, en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado el momento de salvar la situación, tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. Han comprendido que es un deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueñas de su propio destino tomando el poder”.

Derrocaron el poder establecido, formaron sus propios órganos de gobierno y reemplazaron al estado burgués capitalista. “Eso no lo perdonaron los asustados burgueses, que vieron en la Comuna la posibilidad de perder todos sus privilegios económicos y explica la genocida represión sufrida por los comuneros”.

París, fue una ciudad sitiada y una “barricada”, donde surgió el primer gobierno obrero que duró tres meses. Todo aconteció luego de la rendición del ejército francés en la guerra franco-prusiana, que fue vivida por parte de los trabajadores como una traición de la burguesía, y comenzaron a exigir cambios revolucionarios y se apoderaron de las armas de los arsenales y organizaron la resistencia.
 
Se realizaron elecciones libres en la ciudad y se proclamó oficialmente la Comuna de París, invitando al resto de las ciudades a hacer lo mismo. Su llamamiento no tuvo respuesta ante la falta de comunicaciones. En esas elecciones fueron elegidos toda clase de personas con ideales anarquistas, blanquistas, proudonistas, socialistas de la I Internacional, e incluso hubo representantes de los barrios burgueses que luego huyeron.

El principal organismo fue el Consejo de la Comuna, coordinado por una Comisión Ejecutiva, con poderes legislativos y ejecutivos. Así mismo se crearon las Comisiones de Ejército, Salud Pública, Trabajo, Justicia, que aplicaban la política correspondiente a su actividad, aunque siempre respondía ante el Consejo. También se reorganizo la Justicia, la cual pasó a ser gratuita, y los magistrados se elegían por votación.

Los comuneros disolvieron al Ejército regular, sustituyéndolo por la Guardia Nacional democrática, es decir por todo el pueblo en armas. Otra decisión, muy sorprendente, fue el respeto de la propiedad privada de los que se quedaron, expropiándose sólo a los que huyeron, los grandes propietarios. Y lo llamativo fue que nunca llegaran a utilizar los depósitos del Banco de Francia.

A pesar del cerco militar, la Comuna invirtió rápidamente en la ejecución de trabajos públicos, con la creación de correos y de un sistema sanitario, que garantizara la salud del pueblo y de las tropas de la Guardia Nacional. Se impulsó que se instalaran cooperativas en los talleres abandonados por sus patrones. Los pequeños industriales fueron respetados aunque en un nuevo marco de relaciones laborale, en la que los trabajadores tenían garantizados sus derechos. Se prohibió el trabajo nocturno y adoptaron políticas de higiene.

Los alquileres empezaron a estar controlados por la municipalidad, fijándose un tope máximo. Los miembros del gobierno se pusieron un sueldo igual al sueldo medio de los trabajadores, teniendo prohibido la acumulación y aprovechamiento propio de sus cargos.

La educación pasó a ser laica, gratuita y obligatoria. Los programas de estudios fueron confeccionados por los propios profesores. Se creó una escuela de Formación Profesional en donde los obreros daban clases prácticas a los alumnos. Se abrieron guarderías para cuidar a los hijos de las trabajadoras. También en el plano educativo se destacó la Asociación Republicana de Escuelas con el propósito de crear en las universidades un estímulo basado en el conocimiento científico. En el mundo del arte y cultural aparecieron una gran cantidad de asociaciones para la promoción del teatro y las bibliotecas.

Hubo libertad de prensa, de reunión y asociación. Se decretó que las detenciones deberían ser por orden judicial, y los prisioneros tenían todos sus derechos garantizados, incluso el castigo era fuerte para los casos de detenciones injustas. La libertad de asociación hizo aparecer a muchos grupos y “clubs” de todas las ideologías, las cuales se podían expresar libremente. Ese clima de libertad hizo que los enemigos de la Comuna se movieran libremente por la ciudad, provocando muchas veces actos de sabotaje. Solamente al final, cuando la situación empeoró, se detuvieron a varios saboteadores y aún así durante esos tres meses no murieron más de cien personas, que fueron saboteadores, espías y un Obispo, datos totalmente insignificantes comparados con la represión posterior.

El Consejo General de la Comuna, apoyado en las fuerzas populares, concentró en sí todos los poderes civiles y militares. Sus integrantes dividieron su tiempo entre la organización de la lucha armada y la de la vida cotidiana, del abastecimiento, del trabajo en la capital. Entre las medidas urgentes que fueron tomadas se destacaron la moratoria sobre los alquileres, las viviendas vacantes fueron requisadas, la pena de muerte fue decidida contra los traficantes y un decreto decidió la separación de la Iglesia del Estado.

Mujeres en las barricadas, fábricas, y masacradas

Un capitulo aparte fue el papel de las mujeres, participando de todas las actividades realizadas en esos meses, y principalmente cuando la lucha armada se dio en las barricadas, por eso fueron fusiladas junto a sus hijos.

Pero, de todas las luchas revolucionarias en las que las mujeres tuvieron participación, sobresalen las de la Comuna de Paris, tanto por su contenido político como por su número e intensidad.

En 1871, pese a la participación de las mujeres en las jornadas revolucionarias durante casi un siglo de lucha de clases, los trabajadores sufrían precarias condiciones de vida y las trabajadoras sufrían una doble explotación y discriminación: como mujeres y como trabajadoras, careciendo además del derecho al voto, permitido a los hombres. Un ejemplo de las discriminaciones a las que estaban sometidas las mujeres aparece en el Código Civil francés. Éste, modelo de código civil burgués, y seguido en distintos países, fue uno de los documentos más reaccionarios en lo que respecta a la cuestión de la mujer. La despojaba de todo y cualquier derecho, sometiéndola enteramente al padre o al marido, no reconocía la unión de hecho y sólo reconocía a los hijos del casamiento oficial.

Para muchas mujeres, la Comuna se presentó no sólo como una posibilidad de conquistar una República social, sino de conquistar una República social con igualdad de derechos para las mujeres.

El 18 de marzo de 1871 fueron las mujeres las primeras en dar la alarma y revelar la intención de las tropas al mando del gobierno de la burguesía de retirar los cañones de las colinas de Montmartre y desarmar París. Las mujeres se pusieron delante de las tropas gubernamentales e impidieron con sus cuerpos que los cañones fueran retirados, e incitaron la reacción del proletariado y de la Guardia Nacional a la defensa de París.

En concreto, trabajaron en las fábricas de armas y municiones, hicieron uniformes y dotaron de personal a los hospitales improvisados, además de ayudar a construir barricadas. A muchas se las destinó a los batallones de la Guardia Nacional como “cantineras”, donde se encargaban de proporcionar alimentos y bebida a los soldados de las barricadas, además de los primeros auxilios básicos. En teoría, eran cuatro las “cantineras” destinadas a cada batallón, pero en la práctica solían ser muchas más. Por otra parte, abundantes datos muestran que muchas mujeres recogieron las armas de hombres muertos o heridos y lucharon con gran determinación y valentía.

También hubo un batallón compuesto por 120 mujeres de la Guardia Nacional que luchó con coraje en las barricadas durante la última semana de la Comuna. Obligadas a retirarse de la barricada de la Place Blanche, se trasladaron a la Place Pigalle y continuaron la pelea. Algunas escaparon al Boulevard Magenta, donde todas murieron en la lucha final.


Las actividades desarrolladas por las mujeres englobaban una serie de funciones, destacándose aquellas destinadas a la asistencia a los heridos y enfermos, a la educación en general y el abastecimiento. Aunque no existió la organización de movimientos feministas como los conocemos hoy y no fue elaborado un programa sólo con reivindicaciones especificas, las revolucionarias crearon cooperativas de trabajadores y sindicatos específicos para las mujeres.

Participaron activamente de clubes políticos, reivindicando la igualdad de derechos, como por ejemplo el Club de los Proletarios y el Club de los Librepensadores. Crearon organizaciones propias como el Comité de Mujeres para la Vigilancia, el Club de la Revolución Social, el Club de la Revolución y, la que consiguió destacarse de las otras, la Unión de Mujeres para la Defensa de París y la Ayuda a los Heridos, fundada por miembros de la Internacional, influidos por las ideas de Marx.

Se publicaron periódicos destinados a las mujeres: Le Journal des Citoyennes de la Comuna (Periódico de los Ciudadanos de la Comuna) y La Sociale (La Sociedad).

Entre las mujeres en este período, la más conocida fue la activista socialista Louise Michel, fundadora de la Unión de Mujeres para la Defensa de París de apoyo a los Heridos y miembro de la I Internacional.

Algunas fuentes hacen referencia a las incendiarias, “les pétroleuses”, que prendieron fuego a edificios públicos durante la Semana Sangrienta al final de la Comuna. Estas historias parecen ser fruto del alarmismo antifeminista de inspiración gubernamental, y la mayoría de los corresponsales extranjeros presentes no las creían. No obstante, las tropas gubernamentales ejecutaron de manera sumaria a cientos de mujeres, e incluso se las apaleó hasta morir, porque eran sospechosas de ser pétroleuses. Con todo, a pesar del hecho de que más tarde se acusó a muchas más mujeres de ser incendiarias, los consejos de guerra no hallaron a ninguna culpable de ese delito. Sin embargo, hay pruebas que indican que, durante los últimos días, las mujeres aguantaron más tiempo tras las barricadas que los hombres. En total, se sometió a 1.051 mujeres a consejos de guerra, realizados entre agosto de 1871 y enero de 1873: a ocho se las sentenció a muerte, a nueve a trabajos forzados y a 36 a su deportación a colonias penitenciarias.

La Comuna de Paris y la destacada participación femenina en actividades consideradas hasta entonces como masculinas, reafirma la fuerza revolucionaria de la mujer, ya perfilada a partir de la revolución de 1789, que se transformó en una oleada mundial indestructible.

Combates, fusilados y deportados

Ante el temor que el fenómeno de la Comuna se extendiera al resto de Europa, los triunfadores alemanes le devolvieron al gobierno francés derrotado en el campo militar todas las tropas que mantenía detenidas, para que pudieran ser utilizadas en la represión a los comuneros. Así el 21 de Mayo de 1871 un ejército de 180.000 hombres se lanzó a la conquista de París. La defensa se organizó con cientos de barricadas, en las que lucharon tanto hombres como mujeres. El combate fue desigual ante el poderío militar del ejército regular, sin embargo los comuneros defendieron barrio por barrio, calle por calle y casa por casa. Pelearon y dieron sus vidas por el primer gobierno obrero. La batalla duró una semana, hasta el día que cayo la última barricada.

Como era de esperar la represión fue brutal. Se calcula que unos 30.000 obreros y simpatizantes de la Comuna fueron fusilados, a los que habría que sumar unas 40.000 personas enviadas a las colonias para realizar trabajos forzosos, en donde gran parte murió. Esa represión casi consiguió eliminar el movimiento obrero en Francia, y los vencedores disfrutando de su victoria llegaron a afirmar que: “El socialismo ha sido eliminado por un largo tiempo”. Algunos comuneros consiguieron escapar y varios de ellos llegaron a la Argentina, y muchos a Rosario, donde continuaron difundiendo los ideales socialistas y anarquistas, participando en la formación de las primeras organizaciones obreras del país.

Las enseñanzas de La Comuna

A pesar de la derrota, las acciones de los obreros parisinos dejaron muchas enseñanzas y llevaron a Marx a reflexionar que era “la forma al fin descubierta, para la emancipación económica de los trabajadores” y ante los comuneros que “tomaban el cielo por asalto”, vio en aquel movimiento revolucionario una experiencia más importante que cientos de programas. “La Comuna ha demostrado sobre todo que la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines.” Y fue muy claro: la clase obrera debe destruir, romper la máquina estatal y no limitarse simplemente a apoderarse de ella, agregando en una carta a un amigo: “Si te fijas en el último capítulo de mi 18 Brumario, verás que expongo como próxima tentativa de la revolución francesa, no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como venía sucediendo hasta ahora, sino demolerla. Y esta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente”.

Marx, señalaba la tarea posterior: sustituir la máquina del estado, una vez destruida, por la organización del proletariado como clase dominante, por la conquista de la democracia. Y afirmo con claridad “La Comuna convirtió en una realidad ese tópico de todas las revoluciones burguesas que es un gobierno barato, al destruir las dos grandes fuentes de gastos: el ejército permanente y la burocracia del estado. La Comuna no había de ser un cuerpo parlamentario, sino un organismo activo, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo...”. Decidir una vez cada cierto número de años que miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués. La salida del parlamentarismo no está naturalmente en abolir las instituciones representativas y la elegibilidad, sino en transformar las instituciones representativas de lugares de charlatanería en organismos activos. En Marx no hay utopismo, no inventa ni saca de su fantasía una nueva sociedad, sino que estudió cómo nace la nueva sociedad de la vieja.

Y anunció: “El París obrero, con su Comuna, será celebrado como heraldo glorioso de una sociedad nueva. Sus mártires reposan en el gran corazón de la clase obrera. En cuanto a sus exterminadores, la historia ya los ha condenado a una picota eterna, de la cual no los liberarán todas las plegarias de sus sacerdotes”.

Fuente: http://www.anred.org/article.php3?id_article=4049