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jueves, 2 de mayo de 2013

IIRSA: ¿Plan de infraestructura o saqueo organizado?, por Mauro Restifo

El proyecto IIRSA data de más de una década y está destinado a realizar alrededor de 500 proyectos y mega proyectos en los rubros transporte, energía y comunicaciones. Doce países, diez grandes ejes geo-económicos y alrededor de 80 mil millones de dólares. La matriz extractiva será ampliamente financiada por los mismos interesados en bajar los costos de la extracción de las materias primas. 




La alianza de Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA) es una apuesta, hija de la globalización, para estructurar la región de acuerdo a un plan. Esta iniciativa avalada en el 2000 por los doce Estados nucleados en la UNASUR es la segunda parte del Consenso de Washington de 1989. Es que dicho plan de “reforma estructural” bregó por reformular una estructura productiva que antecedió a las dictaduras latinoamericanas. La incipiente industrialización en algunos sectores de la región y el mercadointernismo regional sufrieron el primer ataque planificado a escala mundial y a largo plazo con el golpe a Allende a manos de Pinochet. 

No es antojadiza la relación entre el Consenso de Washington y el IIRSA. La expresión “reforma estructural” hace referencia a crear una estructura que desvíe los recursos de los sectores productivos de bienes no transables a los transables, es decir, los exportables. Según esta doctrina, la potencialidad de nuestra zona es la explotación de los recursos naturales exclusivamente. Esta transformación, por desgracia, fue exitosa. 

La creación de una estructura productiva precaria coincidió con una precarización extrema de los pueblos que habitan la región. Una vez concretada la desgraciada transformación, el siguiente paso será profundizar la extracción y bajar los costos. Y como ya ocurrió en la primera etapa, los costos de las reformas estructurales correrán por cuenta y cargo de los propios países supuestamente beneficiados.

La alianza IIRSA fue motorizada por los mismos actores de la película llamada ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), hoy caída en desgracia. El ALCA no era ni más ni menos que una reducción arancelaria, un acuerdo para la penetración económica y el saqueo a precios viles propulsada por los Estados Unidos. Sin embargo, el derrumbe de dicho acuerdo no frenó el proyecto IIRSA, el cual se sigue impulsando poco a poco como una serie de obras, muchas veces presentadas en forma inconexa, que mejoran tal o cual cosa. 

Siempre esas supuestas mejoras se emparentan con alguna vía de transporte de cargas, con la producción de energía orientada a una red interconectada que termina indefectiblemente en Brasil, o a la lisa y llana extracción de minerales. Pero con la caída del ALCA, este saqueo se quedó sin saqueadores. Por lo tanto, “muerto el rey, que viva el rey”. Como se denominó en ediciones anteriores, estamos en presencia del ALCA chino. 

Brasil, Dilma y la herencia de Cardoso

DECLARACIÓN DE LOS PRESIDENTES: “Queremos destacar, en primer lugar, esta importante iniciativa del presidente Fernando Henrique Cardoso de reunir a los Jefes de Estado de los doce países que conformamos el continente en un foro para discutir sobre el futuro de América del Sur. Esta idea, sólo concebida bajo una perspectiva de largo plazo, nos plantea un gran desafío; la definición de estrategias y acciones concretas y operativas para resolver las necesidades más apremiantes que hoy en día nos aquejan.” (http://www.iirsa.org/).


La herencia de Fernando Henrique Cardoso, principal impulsor del proyecto, representa lo que se ha dado en llamar una “política de Estado”. Muchas veces se escucha hablar de políticas de Estado, de la necesidad de las mismas, sin hacer referencia a los objetivos. En este caso, la aplicación de una política de Estado a escala sudamericana empalma con las políticas de Estado de los miembros del BRIC (Brasil, Rusia, India y China). 

La consecución de los planes acordados por Menem, De la Rúa, Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner es el espejo de lo que sucede en cada uno de los países de la región. Sin embargo, es Brasil el país que corre con una doble suerte. Es el nexo del BRIC en América Latina, pero no deja de ser un país latinoamericano. Por eso, si bien es el más industrializado de América del Sur, también es el que más ha reprimarizado su producción en los últimos diez años. 

En este contexto cobra especial relevancia la intención de Dilma Rousseff de revitalizar y acelerar el proyecto IIRSA. Es que sabe que sostener la opción de seguir reprimarizando su economía por más tiempo pondría a Brasil en una situación cada vez menos agraciada frente a sus compañeros de fórmula asiáticos. La opción del vecino país de seguir siendo la fábrica de América Latina no es en realidad una opción, sino una condición necesaria para sostener su liderazgo. 

Para eso debe replicar el modelo productivo chino, a menor escala, en nuestra región. Por tal motivo es el principal interesado en precipitar las obras que le permitan obtener recursos energéticos, petroleros y minerales. Todos emprendimientos destinados a alimentar las necesidades de las empresas brasileras. Por su parte, China espera los avances de la faraónica obra para reducir los costos de los fletes y los derechos (peajes) que están obligados a afrontar los cargamentos que van y vienen al país oriental a través del Canal de Panamá, controlado por Estados Unidos.

Los financiadores del IIRSA

Los distintos organismos de financiamiento que constituyen el soporte del proyecto IIRSA, según su página oficial, se pueden dividir en privados, públicos y mixtos. La participación mayoritaria en el financiamiento por parte del sector público implica, sin ser tan evidente, el apoyo de los organismos multilaterales de crédito.

Los financiadores podrían dividirse en dos grupos. Por un lado, el más relegado en cuanto a influencia está conformado por la Unión Europea, con una situación interna complicada que no le permite desparramar inversiones por el mundo. Por otro, el CAF y el FONPLATA, con un gran interés en estas obras, pero con un volumen crediticio considerablemente pequeño en comparación con los demás.

En el grupo principal integrado por el BID y el BNDES se evidencia la fuerza directriz del proyecto. Un BID tradicionalmente ligado a los Estados Unidos y hoy socio del superbanco chino EXIMBANK (Export-Import Bank).Y un BNDES que siempre ha impulsado la industria brasilera pero que en el Brasil de hoy tiene otro rol, el de permitir el abastecimiento de una nueva industria a lo BRIC. Una industria que fagocita todos los recursos y que, de ser posible, lo hace al menor precio. Por lo tanto, el BRIC actúa dirigiendo el proceso latinoamericano hacia un voraz extractivismo que satisfaga sus necesidades al menor costo. Ya sea a través de su cara visible en América Latina (Brasil) o de su nuevo testaferro (BID), el proceso estará direccionado por estos intereses. El otrora plan yanqui volvió con rasgos orientales y con más fuerza. 

COSIPLAN (Consejo Suramericano de Infraestructura y Planificación de la UNASUR)

La UNASUR ha creado este consejo para monitorear la concreción de las obras, poniendo mayor énfasis en algunas (poco más de 30) de las más de 500 que preveía el IIRSA (cabe aclarar que muchas ya fueron concluidas). Aunque aseguran desde los gobiernos latinoamericanos que el antiguo proyecto impulsado por Estados Unidos no tiene nada que ver con el espíritu del COSIPLAN, la intención de promover las actividades extractivas sigue siendo el corazón del proyecto. 

La promoción de la actividad interna de la región que suscita Brasil se entiende sólo si se considera a Brasil por fuera del resto de los países de la región. Brasil está integrado a otro proceso que es el de las potencias emergentes. Ubicado en esa lucha, se debate entre la economía de sus vecinos y la del gigante asiático. ¿Qué modelo seguir? ¿Saqueado o saqueador? 

El último bajón de la economía brasileña ha sido asumido como tal pero confían en que la rápida revitalización de estos proyectos no permita que Brasil se baje del tren del BRIC, ni más ni menos que el eje del plan


viernes, 6 de enero de 2012

INFORME ESPECIAL: El ajedrez global de la crisis (Parte III): BRICS, EAGLES y emergentes

Claudio Katz (especial para ARGENPRESS.info)


No sólo China ha podido sustraerse de la crisis global. También un grupo de economías intermedias (denominadas emergentes, ascendentes o BRICS) ha logrado capear el temporal. Este núcleo de países conforma el conglomerado semiperiférico actual de la estratificación mundial.

Este sector mantuvo su crecimiento el año pasado, incrementó significativamente la tasa de inversión y aumentó su participación en el PBI global. Si estas tendencias perduran, la localización de la producción y el empleo sufrirá un importante desplazamiento en el próximo período. Estos cambios son congruentes con la nueva división internacional del trabajo que privilegia la región asiática.

Las economías ascendentes son las niñas mimadas del capitalismo. Reciben elogios del FMI y fueron las estrellas de los últimos foros empresarios de Davos. Los nuevos multimillonarios de China, Rusia o India se integran rápidamente al club de los poderosos.

Otro indicador de las modificaciones en curso es la distribución de las reservas mundiales. Estos reaseguros suman 6,5 billones dólares en las economías ascendentes y sólo 3,2 billones de los países del Norte. El endeudamiento externo del primer grupo ha caído y algunos integrantes de esa membrecía ya son acreedores. En el otro polo ha irrumpido la nueva categoría de “Países Ricos Altamente Endeudados”.

Pero es muy frecuente extraer conclusiones engañosas de estas mutaciones. La principal confusión surge de la indiscriminada clasificación de todo el grupo ascendente, en un mismo rubro de BRIC. Esta denominación (Brasil, Rusia, India, China) fue primero extendida a BRICS (con Sudáfrica) y luego a BRIIC-K (con Indonesia y Corea). Otra ampliación reciente habla de EAGLES (con México, Egipto, Taiwán y Turquía). (1)

Los creadores de estas marcas son operadores bancarios (Goldman Sachs, BBVA) que incluyen o excluyen a los países de su lista, en función de las oportunidades de inversión financiera. El carácter coyuntural de esta evaluación salta a la vista. Pero su principal inconveniente radica en equiparar bajo una misma sombrilla, a un país que avanza hacia un status de potencia central (China), con economías intermedias de incierta evolución.

La distancia que mantiene el gigante asiático con cualquiera de sus seguidores es abismal en cualquier terreno de la producción, las exportaciones o las reservas. Esta brecha es particularmente visible frente a otra economía de gran crecimiento reciente (India) o en comparación a un vecino que precedió al avance chino y se estancó frente a esa irrupción (Corea del Sur). (2)

Al ubicar a todo el grupo en la misma canasta se olvida que muchos países del pelotón han ascendido como proveedores de los insumos básicos demandados por China. Más que impulsar el crecimiento global, estas economías han sido arrastradas por ese avance. Es importante también notar la línea divisoria que separa a los protagonistas de un desarrollo industrial de los actores que se expanden por el repunte de la renta petrolera (Rusia) o agrícola (Brasil). Estas diferencias definen grados de consistencia muy disímiles del crecimiento.

Las distinciones entre los emergentes presentan contornos más categóricos en el plano geopolítico. La autonomía de las políticas imperiales que tienen Rusia o China, no se extiende a la India, Brasil o Sudáfrica. Estos países mantienen estrechos vínculos de asociación o dependencia con las potencias que regulan el orden mundial. Por esta razón, el propio funcionamiento de los BRICS no ha incluido la adopción de estrategias comunes.

Es cierto que la mayor estabilidad política de todo el grupo contrasta coyunturalmente con el generalizado desarreglo que impera en las potencias centrales. Pero tampoco este rasgo determina patrones de acción internacional conjunta.

Las nuevas alianzas Sur-Sur en desmedro de las viejas conexiones con los centros metropolitanos presentan un alcance limitado y no anticipan la “segunda globalización” comandada por los emergentes que pronostican algunos analistas. Hasta ahora el dato más relevante ha sido la integración de los emergentes al G 20, para ampliar el sostén del capitalismo en crisis. (3)

Los padecimientos de la periferia

El alivio de los países intermedios no se extiende al resto de la periferia. La crisis golpea nuevamente con mayor virulencia a las economías más empobrecidas, reiterando una norma de las convulsiones capitalistas. Este impacto se verifica en cualquier terreno del empleo o los ingresos. Los emigrantes enfrentan mayores obstáculos para ingresar al Primer Mundo, las remesas se recortan y las oleadas de refugiados se multiplican.

Mientras la prensa sólo habla de economías centrales y emergentes, la inmensa mayoría de los países se encuentra fuera del G 20, soportando el drama cotidiano de la miseria. Allí se localizan los 2050 millones de personas sin acceso a la sanidad básica y los 884 millones carentes de servicios de agua potable.

Pero lo más novedoso del tsunami actual es la convergencia de estos sufrimientos con una tragedia de hambre. El aumento de los precios de los alimentos que precedió a la crisis no fue revertido por la recesión y en muchas zonas se acentúa el drama de la desnutrición. En Somalia, por ejemplo, ya se observan todos los síntomas de una catástrofe alimentaria.

La cifra total de hambrientos se ubica en torno a los 1020 millones de personas, pero la amenaza se extiende a los 2.500 millones que subsisten en condiciones de pobreza. Este flagelo aumenta al compás del encarecimiento de los cereales, que obedece a la consolidación de un esquema neoliberal de agricultura exportadora, que destruye la pequeña propiedad, aniquila el abastecimiento local tradicional, generaliza la desposesión de los campesinos y multiplica la emigración rural.

Esta reorganización capitalista del agro determina la falta de comida que agobia a una sexta parte de la humanidad, cuando la producción total alcanzaría para satisfacer esa nutrición. El reinado de la rentabilidad y el manejo oligopólico del comercio agrícola por parte de un puñado de transnacionales (ADM, Bunge, Cargill y Dreyfus) potencian la tragedia del hambre.

Las expectativas de atenuar el problema por el efecto deflacionario de la desaceleración económica global no se están cumpliendo. El ascenso de los precios alimenticios que comenzó en 2003 persiste sin grandes modificaciones.

Muchos autores estiman que ese comportamiento alcista obedece a la formación otra burbuja. Especular con los precios a futuro de los cereales se ha convertido en una operación muy redituable. Permite canalizar los excedentes de liquidez que genera la pérdida de oportunidades de inversión en los países desarrollados. (4)

Otros analistas consideran que el encarecimiento de los alimentos es un problema más estructural y derivado de la creciente demanda ejercida por los nuevos consumidores asiáticos. También destacan la presencia de costos crecientes de producción y productividades declinantes en el sector agrícola. (5)

Ambos enfoques subrayan explicaciones complementarias (de corto y largo plazo) del mismo fenómeno. Pero en cualquier caso, las maniobras financieras y las brechas estructurales entre la oferta y la demanda presagian el agravamiento de la crisis alimentaria, que auguran todos los expertos de la FAO.

Este padecimiento se intensificará además por las presiones del agro-negocio, que bloquea en los cónclaves del G 20 cualquier regulación internacional de los precios. En ese ámbito actúan los países que producen el 77% de los cereales y manejan el 80% del comercio agrícola. El hambre de los desamparados aporta un buen negocio para varios integrantes de esa asociación.

Multipolaridad y hegemonía

La diversidad de situaciones regionales que rodea a la crisis actual ha generalizado las predicciones de un viraje hacia la multipolaridad. Este contexto es diferenciado de la bipolaridad de posguerra (Estados Unidos versus la URSS) y de la unipolaridad de los años 90 (supremacía norteamericana). La declinación estadounidense es asociada al avance de China y los emergentes. Algunos enfoques también resaltan el agotamiento del neoliberalismo y pronostican un crecimiento desarrollista de la periferia, asentado en la intervención estatal y el intercambio entre las economías del Sur. (6)

Pero estas miradas omiten las significativas continuidades que vinculan al actual período con su precedente. La multipolaridad podría modificar las relaciones de poder entre las potencias, pero no altera los pilares de la mundialización neoliberal. El protagonismo de las empresas transnacionales persiste, junto a la competencia global por lucrar con la explotación de la fuerza de trabajo.

Esta internacionalización del capital determina, además, la continuidad del libre comercio y los flujos financieros transfronterizos. A diferencia de lo ocurrido durante la entre-guerra, la multipolaridad actual no anticipa el surgimiento de bloques proteccionistas, dispuestos a batallar por la conquista de los mercados a través de la guerra.

El estancamiento del centro determina efectivamente una mayor interacción entre las economías intermedias. Pero estos enlaces se desenvuelven en estrecha asociación con empresas del Primer Mundo. Esta colaboración no es un imperativo tecnológico, ni obedece a necesidades de financiación. Las burguesías emergentes ampliaron su radio de acción junto al capital extranjero y continúan reforzando esos vínculos.

Sus estrategias no incluyen propósitos antiimperialistas o iniciativas de “No Alineados”. Tampoco incentivan planificaciones para-mercantiles del comercio (Comecon) o proyectos de solidaridad (Bandung). Actúan siguiendo criterios de rentabilidad, que tienden a recrear los viejos desniveles de la relación centro-periferia- semi-periferia.

La mundialización ha modificado los patrones geográficos de esos lazos. Ya no se requiere cercanía territorial entre las economías dominantes y sus abastecedores de insumos. Las relaciones de dependencia comienzan a desbordar su radio tradicional.

Resulta imposible predecir el ordenamiento final de esta mutación, pero es evidente que no saldrán airosos todos los jugadores. La acumulación exige equilibrar los avances de un polo con las pérdidas del segmento opuesto. Si una región prospera otra debe decaer, para que el enriquecimiento de los capitalistas ganadores sea solventado por la población de las zonas perdedoras.

La multipolaridad no altera este principio selectivo del desarrollo burgués. El capitalismo excluye crecimientos compartidos en el largo plazo o eliminaciones progresivas de todas las desigualdades socio-regionales. Los admiradores del nuevo escenario ignoran esta extensión de brechas de distinto signo.

Frecuentemente visualizan a la multipolaridad como un cambio de hegemonía política a favor de China y en desmedro de Estados Unidos. Pero nunca aclaran qué significado le asignan al concepto de hegemonía. Esta noción puede ser identificada con la supremacía imperial o con formas de gestión consensuadas opuestas a la coerción bélica. En el primer caso se sugiere que el expansionismo chino reemplazaría al dominador estadounidense. En la segunda variante se supone que esa sustitución será pacífica y resultante de una avasalladora primacía económica. Los desaciertos de ambas hipótesis saltan a la vista

Desde la posguerra Estados Unidos ha ejercido una explícita dirección imperialista. Actúa como garante militar de la reproducción de capital y brinda protección a todas las clases dominantes, frente a la insurgencia popular y la inestabilidad del sistema. Los dirigentes chinos no se imaginan a sí mismos cumpliendo ese rol, en ningún momento del futuro.

Quiénes suponen que la sustitución coercitiva será innecesaria por el simple efecto de la pujanza económica oriental, no explican cómo funcionaría el capitalismo global sin garantes militares de ninguna especie. Esta visión olvida que un sistema de competencia por beneficios surgidos de la explotación, no puede desenvolverse sin el uso de la fuerza.

La identificación de la multipolaridad con el repliegue bélico de Estados Unidos o sus socios europeos es una hipótesis ingenua. En cualquier “des-occidentalización” de la economía mundial, el gendarme norteamericano continuará supervisando invasiones, ocupaciones y matanzas. Ciertamente la primera potencia ya no actúa con la omnipotencia de los años 90, pero dirige la OTAN, concentra la mitad del gasto bélico mundial y mantiene una estrecha asociación con todos los países que alineó durante la guerra fría.

Los principales integrantes de esa alianza no suelen quebrantar esta familiaridad cuando expanden su poder económico. La invariable lealtad de las burguesías petroleras del Golfo al liderazgo norteamericano es un ejemplo de esa actitud. El sometimiento de Japón es más sintomático, puesto que no ha buscado caminos de autonomía político-militar para contrarrestar su estancamiento. La regresión económica nipona se profundiza con el endeudamiento público más elevado del mundo desarrollado y con el fracaso de los planes pos-terremoto de reactivación. (7)

El rol central de Estados Unidos se ha verificado nuevamente en la ampliación del G 7, la cooptación de los países intermedios y el resurgimiento de FMI para preservar el orden imperial vigente. El gendarme global utilizará también su poder para intentar la recuperación del terreno que ha perdido. Ya insinúa formas de presión sobre su rival chino con maniobras navales en Corea del Sur, ejercicios en Mongolia e instalaciones bélicas en Australia. Incluso tantea la reacción de su oponente en los litigios con Taiwán, las disputas con la India y la resolución del status de Tíbet. Pero estas tensiones no quebrantaron hasta ahora el marco asociativo vigente con China desde hace varias décadas.

También el gigante asiático ha jerarquizado la solidaridad capitalista. En lugar de propiciar la caída de los bancos occidentales socorrió a los quebrados. En el reciente desplome europeo reforzó incluso su convergencia con el FMI y ha condicionado los préstamos futuros a las auditorias del Fondo. Esta integración refuerza la hostilidad de los dirigentes chinos frente a cualquier protesta local o internacional contra el neoliberalismo. (8)

Continua.

Ver también:

Claudio Katz es economista, investigador, profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).

Notas:
1) Bocco Arnaldo, “De los Brics a las Eagles” Página 12, 10-1-11. Abeledo Anahí, “El desafío para los emergentes es tener crecimiento”, Clarín, 10-7-11
2) Beckett Paul, “Pese al crecimiento, aumentan las dudas sobre el milagro indio”, La Nación, 30-3-11. Nye Jospeh, “La carrera de fondo, Clarín, 2-2-11, Ramstad Evan, “El milagro coreano”, La Nación, 8-11-10.
3) Un cuestionable enfoque en: Kateb Alexander, “Los países BRICS dan una lección”, Página 12, 20-9-11
4) Halevi Jospeh “Se avecina una nueva crisis”, Il Manifesto 8-6-11.
5) Krugman Paul, “Las limitaciones que nos impone un mundo finito”, La Nación, 29-12-10. Blejer Mario, “Argentina y la seguridad alimentaria” La Nación, 4-12-11.
6) Distintas visiones en De La Balze Felipe, “La crisis acelera el curso de la historia”, Clarín 27-11-11 Turzi Mariano, “La nueva divisoria global: emergentes y declinantes”, 18-8-11. Tokatlian Gabriel, “El año de la encrucijada”, La Nación, 11-1-11. Cufré David, “Con la vieja receta”, Pagina 12, 26-6-10.
7) Belson K, Onishi N, “Una falta de liderazgo que agudiza la crisis”, La Nación, 17-2-11.
8) Hemos desarrollado los temas de este capítulo en nuestro reciente libro, Katz Claudio, Bajo el imperio del capital, Espacio Crítico Ediciones, Bogotá 2011. Próxima edición Luxemburg, Buenos Aires.




jueves, 18 de noviembre de 2010

¿De acuerdo, G-20?

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Sin duda es mejor que cualquier monótono comunicado del Grupo de los 20 (G-20). Todo lo que hay que saber sobre el Quantitative easing o relajo cuantitativo (QE, por sus siglas en inglés) de la Reserva Federal de EE.UU., las guerras monetarias y el tsunami de difamación que pasa por el actual sistema financiero global se encuentra en un animado vídeo de rap de Next Media Animation con sede en Taiwán (vea aquí el vídeo) Si por lo menos la cumbre del G-20 en Seúl de esta semana hubiera publicado un relato de cómo fue preparada. La cumbre fue presentada como un noble último baluarte del antiproteccionismo, que apoya la recuperación económica global mientras alivia los problemas generalizados de déficit y deudas. Aunque la reunión se desarrolló el jueves y viernes, la declaración final fue elaborada trabajosamente el miércoles. Y fue una verdadera lucha en el fango.

Después de mucho transpirar, se llegó a un borrador de comunicado, que indica que las naciones deberían dejar que los mercados determinen los tipos de cambio y que se “abstengan de devaluaciones competitivas” (una referencia velada a EE.UU.), pero hasta el último minuto los sherpas, funcionarios cuyo agudo sentido de los peligros y las rutas seguras ayudan a guiar a una conclusión segura aunque banal de toda cumbre, también mantuvieron entre paréntesis formulaciones alternativas cruciales – “infravaluación competitiva” (una referencia velada a China).

Como premio de consuelo a la opinión pública global, fue por lo menos reconfortante ver que los países del BRIC –Brasil, Rusia, India y China– y la Unión Europea (UE) terminaron por hacer las cosas como Dios manda para producir una declaración subrayando la voluntad política –casi general– de que las naciones no deberían adoptar políticas, como la última vuelta de relajo cuantitativo de la Reserva Federal o (QE2), que afectan seriamente las economías de otras naciones.

Todos los bancos centrales del mundo habían pedido durante días que la Reserva Federal confiese la verdad sobre QE2. Creer que el G-20 aceptaría de buena gana la oferta del presidente Barack Obama de EE.UU. de que celebrara otro tsunami de dólares estadounidenses de papel por los que EE.UU. no puede pagar es vivir en un mundo irreal. No es sorprendente que muchos diplomáticos hayan confirmado, de modo más o menos cortante, que fue ciertamente una cumbre de G-19 más 1.

Exhibir como éxito del G-20 sólo una promesa de que el tan abominado Fondo Monetario Internacional (FMI) debe controlar lo que hace el G-20, es poco menos que sobrecogedor (aunque el FMI ahora sueña con que una acción coordinada del G-20 para “salvar” la economía mundial podría generar 52 millones de puestos de trabajo a mediano plazo). Para no hablar de que Washington se niega a sufrir el “ajuste estructural” que su bebé, el FMI, siempre ha impuesto a cualquier otro enfermo de déficit presupuestario.

El nuevo ejército modelo
¿Podía ser de otro modo? Tomemos la carta que Obama envió a los dirigentes del G-20 antes de la cumbre. Trató de convencer a los otros 19 de que EE.UU. cumple su “compromiso de abstenerse de infravalorar divisas por propósitos competitivos” – cuando todos ellos casi estaban gritando que QE1 y QE2 no son otra cosa que devaluaciones del dólar estadounidense. La carta de Obama culpó prácticamente a China y a los mercados emergentes por la crisis financiera de 2008. Y cuando defendió el lunes en India la acción de la Reserva Federal, estaba declarando de hecho que lo que es bueno para EE.UU. es bueno para el mundo.
La reacción del presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva fue ciertamente más ponderada que la de numerosos furiosos banqueros centrales europeos, que acusaban de “traición” a EE.UU.; Lula sugirió que los países del BRIC deberían comenzar a utilizar menos dólares al comerciar entre ellos (como ya es el caso).
Hasta el reino mineral sabe que el sistema de Bretton Woods, introducido a finales de la Segunda Guerra Mundial, ha estado muerto desde que EE.UU. declaró unilateralmente el fin del vínculo entre el oro y el dólar estadounidense bajo Richard Nixon en 1971. Lo que ha tenido lugar hasta hoy es un coma interminable del sistema monetario global. En Washington/Wall Street ha adoptado una ley de la selva en la que no se toman prisioneros –manipulando interminablemente el dólar estadounidense como moneda de reserva global. Para las naciones emergentes, el único contragolpe posible es coordinar una diversidad de trabajos de inversión pública, garantizar puestos de trabajo e ingresos en sus mercados internos y proteger sus industrias locales.
Es instructivo comparar la situación actual con lo que sucedió bajo Franklin Delano Roosevelt. Para revertir la Gran Depresión, el gobierno de EE.UU. se hizo cargo de la economía. El presidente Roosevelt no recurrió a “los mercados”; lanzó un paquete de desarrollo concebido por el Estado –obras públicas mezcladas con acción social.

Por muy real que sea el impasse en el G-20, la actual retórica de Washington de esforzarse por lograr coordinación global para derrotar la crisis no tiene sentido: lo que importa a Washington/Wall Street hoy en día es derrotar toda alternativa política a su ajuste unilateral. Michael Hudson, de la Universidad de Missouri, lo explica en pocas palabras: “Esencialmente, vemos que el sistema financiero y los bancos estadounidenses actúan como un ejército para atracar las divisas extranjeras”.

Sigue siendo espectro completo, estúpido
¿Qué pasará entonces en EE.UU. después del QE2 y de este G-20? Serán los negocios como si tal cosa –es decir, el retorno, con toda su fuerza, bajo los auspicios de un Congreso dominado por los republicanos, de la primacía total de la doctrina de Dominación de Espectro Completo del Pentágono. Los republicanos tratarán histéricamente de recortar todo presupuesto que se presente -pero no, definitivamente, el presupuesto de la Guerra Sin Fin.

Por lo tanto, se acabó la “luna de miel” con China. China verá más que nunca que se solidifica su posición a la cabeza de la lista de competidores/enemigos estratégicos del Pentágono. La pregunta inquietamente cuantitativa del billón de dólares sigue siendo cómo, bajo qué condiciones y hasta cuándo, estará dispuesto Pekín a seguir financiando el continuo refuerzo de la abrumadora maquinaria bélica de Washington.

La plutocracia de Washington/Wall Street, impulsada por la Dominación de Espectro Completo, interpretará el viaje de Obama a Asia como al servicio esencial de una advertencia a China de que EE.UU. tiene intención de seguir siendo una formidable potencia asiática. A India –un socio nuclear de EE.UU.– le encantó la llegada del reinante. Y lo mismo ocurrió con Indonesia. Esos 40.000 soldados estadounidenses en Japón, más la base en Okinawa, así como los 28.000 soldados en Corea del Sur, no se irán a ninguna parte.

La situación interna de EE.UU. –que exhibe todas las preocupaciones posibles: de la debacle total de la clase media al ascenso de tendencias fascistas– no representa siquiera un suceso tardío para la plutocracia de Washington/Wall Street impulsada por la Dominación de Espectro Completo.

En cuanto al G-20, el resultado final es aproximadamente: nada puede impedir que baje el dólar estadounidense. Los grandes bancos la pasarán bien obteniendo dinero por nada en EE.UU. y chicas gratis en todos los mercados emergentes. A los estadounidenses promedio les quedarán los bajos precios de sus casas y de sus salarios. A China no le vendrán con sermones: a propósito, el yuan se ha apreciado realmente desde 2005 de 8,2 por dólar a 6,6; y se apreciará otro 15% hasta 2015, siguiendo una línea de tiempo establecida por Pekín, no por Washington.

Suramérica, con su serie de gobiernos progresistas que ahora tienen capacidades de coordinación mucho mejores, puede mostrar al mundo cómo bailar el claqué de la integración y cómo escapar a la dictadura del dólar de EE.UU., haciendo negocios en sus propias monedas. El ministro de finanzas de Brasil, Guido Mantega, ha dicho en alta voz lo que murmuran sus colegas: los días del dólar estadounidense como moneda de reserva han pasado. La tendencia va hacia una cesta de monedas. El BRIC se coordinará cada vez más. Y al liberalizar China el mercado exterior del yuan, el vínculo del dólar de Hong Kong con el de EE.UU. será historia.

Francia es el próximo país que ocupará la presidencia del G-20. No es ningún secreto, que el asediado, mega-impopular, micro-napoleónico y macro-narcisista Nicolas Sarkozy hará todo lo posible por presentar “su” Bretton Woods II el año próximo en París, y así salvar el mundo, para no hablar de su reelección en 2012.

Ahora bien, vale la pena esperar esa telenovela. Hasta entonces, bailemos rap. “From the Mao to the Deng to the Jiang to the Hu/ You think you can keep on telling us what to do...” [de Mao al Deng al Jiang al Hu/ Creéis que podéis decirnos eternamente lo que debemos hacer…”.

Pepe Escobar es autor de “Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War” (Nimble Books, 2007) y “Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge”. Su último libro es: “Obama does Globalistan” (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com

Asia Times Online


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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Front_Page/LK13Aa01.html